Tío Alberto, el leonés que fundó una ciudad para 'golfillos'

Alberto Muñiz, Tío Alberto, arquitecto de éxito, leonés, se embarcó en la creación de 'una ciudad para golfillos', ahora hace 50 años y 'con Franco vivo había Democracia, constitución, se votaba en igualdad'. Y en ello sigue, al pie del cañón

Fulgencio Fernández
29/12/2019
 Actualizado a 30/12/2019
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Muchas veces regalamos adjetivos como extraordinario, bueno, generoso... Y cuando los necesitamos porque estamos ante alguien que es evidente que lo es ya los hemos gastado, los hemos regalado, y sientes la impotencia de no hacer justicia con quien tienes delante porque ahora los necesitabas de verdad...

Como para el Tío Alberto, Alberto Muñiz, arquitecto, poeta, dibujante, leonés... y generoso, bueno y un ser extraordinario.

Acaba de pasar por León en estas fiestas, anónimo como casi siempre, y con una noticia bajo el brazo, su gran obra, la Ciudad Escuela de los Muchachos (la CEMU) cumple 50 años en este 2020 que ya se asoma y detrás de esta institución que él puso en marcha está la obligación de hablar de su entrega, de su generosidad y de una obra que resulta increíble en aquella España de 1970, como él mismo explica: «Franco aún estaba vivo, le quedaban aún cinco años, y puse en marcha una ciudad ‘para golfillos’ (usa con frecuencia esta palabra) en la que además existía una Democracia pura: los golfillos votaban, los mayores de 16 años podían ser sus alcaldes, su voto valía exactamente lo mismo que el mío o el de cualquier profesor, redactamos nuestra Constitución, aquellos niños sabían lo que era una urna, unas elecciones, acudían a mítines...».

Y aún hoy siguen siendo unos adelantados a su tiempo en cuanto a legislación pues ahora mismo están reformando la Constitución «para contemplar fenómenos nuevos, como el acoso infantil, el botellón o la violencia entre convivientes».

Recuerda el leonés escuchar en aquel año 1970 expresiones de incredulidad cuando escuchaban que «los golfillos votan»; aunque en realidad usaban otras palabras más fuertes para definir a aquellos chavales que acudían a la CEMU, de los que se decía como «acoge, protege y educa a niños, niñas y jóvenes con dificultades sociales adaptativas en camino a su integración». Para que lo entendamos el Tío Alberto recuerda que uno de los ex alumnos más famoso, el llamado El Pera, habitual en los medios de comunicación, «llegó a la CEMU con un historial de cien delitos cometidos, hoy es un orgullo ver que se ha convertido en un animal televisivo, que me está invitando siempre a acudir a sus programas pero a mí no me gusta, yo soy más de hacer que de contar».

Otros personajes conocidos que han pasado por ‘la ciudad’ son el humorista e imitados Julio Sabala y la campeona de judo Miriam Blázquez, entre otros.

¿Y cómo llega un arquitecto de éxito a embarcarse en la aventura de levantar una ciudad para los más desfavorecidos? Alberto Muñiz se muestra convencido de que eso es un caldo cultivo que va creciendo a lo largo de toda la vida, «desde el vientre materno», dice y lo ilustra con un recuerdo que siempre le contaban en casa sobre su otra pasión, el dibujo. «No lo recuerdo, pero siempre contaban que dibujaba antes de hablar... pues con lo de la ciudad imagino que ocurriría algo muy similar».

Y viaja a la infancia, a una familia de ocho hermanos, «que también es una lección de vida muy importante», pero añade detalles muy significativos. Él aporta uno: «Mi padre era abogado e imagino que haría sus cosas en el despacho y demás, pero cuando en casa había una avería llamábamos a un fontanero, a un electricista y lo solucionaban. A mí aquella gente me parecían unos sabios, capaces de solucionar lo que era una tragedia y, sin embargo, mi madre no me dejaba hablar con ellos porque decían tacos, llevaban ropas de obreros... y yo protestaba, defendía a aquellas gentes».

Y su propia madre, hoy ya fallecida, ofrecía otro recuerdo cuando hablaba de él que parece mucho más que una anécdota. «Cuando llegó el frío le compramos una gabardina nueva para ir al Instituto y cuando regresó ya no la traía, se la había regalado a un niño pobre que le parecía que la necesitaba más que él».

Todo iba sumando. Pero Alberto Muñiz siempre se detiene en un momento muy especial, cuando era estudiante de Arquitectura. «Tenía una depresión terrible, muy fuerte, llevaba dos años con ella, se me había juntado lo amoroso, lo religioso, lo social... no veía salida por ninguna parte y apareció unniño de Mansilla, nacido en Francia, allí le llamaban español, aquí gabacho y me sentí muy cercano a él. Era especial, decía que tenía un amigo y con el tiempo descubrí que era un chopo. Total, que me sacó de la depresión, para siempre, y ahora en cada niño de la CEMU veo, de alguna manera, a aquel chaval».

Al hablar de su Ciudad de los Muchachos el arquitecto leonés baraja numerosos aspectos, que confluyen en el respeto a los niños, en la educación. «La Constitución la hemos escrito en octosílabos ilustrados, para que les entre por los ojos y la conozcan; también le doy mucha importancia, como arquitecto, al aspecto del centro educativo, la función hace la forma, no me gustan nada esos centros que son verdaderos mamotretos, monolíticos, en los que no tiene que ser nada agradable estudiar». Incluso han inventado palabras o expresiones para situaciones que ‘no existían’. «A lo que llaman violencia de género le llamamos violencia entre convivientes pues creo que el problema es que el fuerte abusa del débil, que también lo aplicamos al acoso escolar que, tengo que decir con orgullo, en la CEMU no existe». Este cuidado de la arquitectura cree que también ha influido en el hecho de que «los niños que se escapan de casa no acudan a un organismo oficial y sí lo hagan a la CEMU».

Y manifiesta un deseo que cree que está cerca. «Estoy convencido de que no moriré sin ver cómo los niños serán escuchados en igualdad con los adultos en los consejos escolares, las AMPAS, etc... Es fundamental, ellos son quienes mejor saben qué hay en los centros», son mucho más sabios de lo que los adultos creemos».

Y habla, a la hora de educar, de un curioso método: «Seguimos el abecedario. La A de avisar, cuando algo no va bien; la B de bronquear, si persiste; la C de castigar y después la D de dar y dejar, lo que ocurre es que dejar no lo contemplamos, de aquí no se va nadie, no expulsamos, les damos y a seguir; claro que nos duelen los fracasos pero...». Y se muestra convencido: «Si hubiera que hacer el balance de estos 50 años son muchos más los que entran que los que salen».

"MI TÍO ALBERTO, MAÍA"


En los últimos años Tío Alberto cuenta con una ayuda impagable, su mujer Maía, otra mujer irrepetible.Es la hija de Paquita Gallego, que trabajó con la madre Teresa de Calcuta, codo con codo, y fue la fundadora del primer comedor de indigentes de Leganés. «Yo creo que todos necesitamos un tío Alberto y el mío es Maía, una bendición para mí, muchas veces digo que solo la hija de una santa podría casarse con Tío Alberto, pues se casa conmigo y con mi circunstancia. Además ahora tengo el convencimiento de que ya no soy imprescindible en la CEMU y eso me hace feliz».

También se muestra muy orgulloso del perfil que de él llevó a una canción el gran Joan Manuel Serrat cuando lo convirtió en el héroe de una canción a la que puso su nombre: «Tiene de un niño la ternura, y de un poeta la locura, y aún cree en el amor.Pero Serrat ya me explicó que la canción no está dedicado en exclusiva a mí, sino a todos los ‘Tíos Albertos’ repartidos por el mundo. Pues encantado».

- ¿Y cómo se puede tener tanta fuerza de voluntad para aguantar 50 años al frente de la CEMU?
- Yo digo que porque soy de León, una mezcla de obispo y lobo.
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