Tines se despachó su último billete

Fallece el último cobrador de la Empresa Reyero en Matallana de Torío

Fulgencio Fernández
20/08/2018
 Actualizado a 14/09/2019
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Era difícil encontrar a Tines y no aprender nada. Era muy difícil encontrar a Tines y no llenar la mochila de las historias de la gente. Era imposible encontrar a Tines y que no te arrancara una sonrisa.

Era impagable encontrar a Tines por las calles de Matallana, con la bicicleta, unas veces pedaleando y otras con ella en la mano, para poder pararse a hablar, porque Tines siempre iba a hacer algo pero nunca negaba un minuto de conversación, que en su caso era una lección y un minuto de filosofía propia.

Para muchos era el último cobrador de la Empresa Reyero, durante tantos años, hasta que desapareció el oficio. Muchos niños crecieron poniendo a prueba su enorme paciencia como conductor del transporte escolar, también trabajó en el colegio público de Matallana de Torío, donde nadie tenía un huerto como el suyo… y sólo era lo último de aquel niño de Canseco que comenzó a trabajar nada más acabar la escuela y no dejó de hacerlo hasta que el maldito bicho le anunció que iba a acabar con su vida en unas semanas pese a que parecía un hombre con una salud de hierro, con lo que también bromeaba.

- Tines, te veo como un roble.

- Coño, claro, para que pueda trabajar.

Y a continuación te contaba la historia de una mujer de no sé qué pueblo que repartía las tareas de las gentes de la casa y finalizaba con un “y mientras descansáis pues sacar las presas del huerto que según está lo vamos a regar congaseosa”.

Como hacía él, que siempre iba camino de algún trabajo. Una mujer, que tantas veces viajó con él en coche de línea, lo definía de manera gráfica: “Era tan trabajador que yo creo que se despachó él su último billete”.

Tines torcía la cabeza con un gesto de tristeza cuando veía pasar el coche de línea con unos pocos viajeros, casi vacío, y recordaba los años de oro del oficio. “Los domingos bajaba a León, de fiesta, gente de toda la ribera, ríos de ellos, y en autobús de vuelta llegué a meter a ciento treinta… a base de empujar”.

- No podrías cobrar a la mitad.

- Allí pagaba hasta el chófer si se quejaba de que se le echaba la gente encima.

Aliñaba el recuerdo con alguna historia. “Me acuerdo cuando empezó aquello de los bailes que le llamaban desguaces, bajaban dos solteras de allá arriba e iban echando cuentas de los que iban a estos bailes y se daban consejos. Después de los 50 no te valen para na, morcillonas, te lo digo yo”. ¡Qué grande Tines! ¡Y cómo lo contaba!

Por todo tiró para adelante, con una sonrisa muy suya. Contra todo… menos aquel trágico accidente que le llevó a su hijo, un niño. La tristeza le comió años de vida y después convivía al lado de su sonrisa. Se le intuía cuando abrazaba a sus nietos con la fuerza que lo hacía, en los besos que les daba, en las historias que les contaba y en las que ya no les contará pues, como decía la mujer, ayer se despachó su último billete.

Era imposible encontrar a Tines y que no te arrancara una sonrisa. Pasear por Matallana tiene mucho menos aliciente.
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