17/04/2022
 Actualizado a 17/04/2022
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Estaba yo un domingo de guardia cuando vino Pedro Jota diciendo que había que encontrarle un hueco a un texto que había escrito Dragó. Se llamaba ‘Mortal y Tigre’ y era un panegírico de 8.618 caracteres por el fallecimiento de su gato Soseki, que al parecer dijo adiós a este mundo cruel estrujado en un montacargas. «Soseki, ‘sosiego’. Sosekémonos todos», rezaba aquel escrito, después de comparar la pérdida del minino con la que sufrió Francisco Umbral al morir su hijo de cinco años (a partir de la cual escribió ‘Mortal y rosa’, de ahí el titular de Dragó) y hasta con Auschwitz.

Dejó por aquí un fragmento: «No es fácil escribir cuando, para hacerlo, se aprieta la tecla de encendido del ordenador y lo primero que aparece en su pantalla es la imagen de la persona que se ha ido para siempre. No es fácil escribir, en suma, cuando no se tienen ganas de vivir. ¿Exagero? No. ¿Exageraba Umbral en el mejor de sus libros? Mortal, como el suyo, y tigre es mi dolor, porque atigrado, y no rosa, era el ausente cuya presencia ha llenado, uno a uno, todos los instantes de mi vida a lo largo de los dos últimos años. ¿Se puede querer a un animal como a un hijo, como a una madre, como a un padre, como a un amigo? Se puede. Doy fe. ¿’Persona’? Sí, aunque sólo (¿sólo?) fuese un gato, porque persona es todo lo que tiene alma, y Soseki la tenía. Quien lo trató, lo sabe. Era –¿es?– el ser más noble, más bueno, más simpático, más sensible, más inteligente e, incluso, más guapo que he conocido».

En su momento aquello provocó una catarata de carcajadas y también de aplausos de animalistas. A mí, que me tocó editar el citado texto, me dio todo bastante igual. Lo mismo que cuando, al poco tiempo, Dragó publicó un libro sobre el felino y su ausencia.

Y eso que yo tenía mi gatina, Tigra, y que era más o menos sensible a asuntos gatunos. Me la había dado Daniel de León en 2005. Fue cuando le entregaron el Premio Leteo a Houellebecq. Pedro Jota –otra vez– se había empeñado en que yo tenía que preguntarle al literato francés si pertenecía a la secta de los raelianos. Después de varios días, conseguí que me diese audiencia mientras paseaba a su perro por el Albéitar. Después de reírse en mi jeto por la pregunta en cuestión, nunca mejor dicho, me encontré a Dani en una ‘performance’ que hacían sobre ‘Las partículas elementales’. Me dijo que su gata había parido, que si quería un cachorrín. Le dije que sí y el lunes viajaba en un talgo a Madrid con un pequeño ser que estuvo ahí hasta el pasado miércoles. No haré comparaciones de aquel tipo e invertiré mucho menos espacio, pero sí que diré que duele y que se te echa de menos, Tigra.
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