Secundino Llorente

Tiene que ser muy difícil

21/05/2020
 Actualizado a 21/05/2020
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Reconozco que tiene que ser muy difícil seguir gobernando después de ver morir a la generación de posguerra que ha levantado este país trabajando día y noche para poder educar a sus hijos. Ellos ahora ya sólo pedían unos años para disfrutar en paz de sus nietos, pero el coronavirus ha truncado trágicamente sus deseos. La pandemia los ha llevado a los hospitales en los que se han encontrado asustados y solos y, lo peor, ha provocado una lista de más de veintisiete mil muertos, y también ‘muertas’, no nos olvidemos ahora del femenino para nombrar a nuestras heroínas esposas, madres o abuelas. La pregunta que se hace España es: ¿Por qué hemos sido el país del mundo con más sanitarios contagiados y, sobre todo, con la peor tasa de letalidad en proporción a su población? La respuesta sanitaria es unánime, por la falta de previsión y por el desabastecimiento.

Desde el día 31 de enero que apareció en España el primer caso de contagio hasta el día 14 de marzo que se declarara el estado de alarma pasaron seis largas semanas en las que estuvimos, como la cigarra, sin dar golpe y contando «milongas» mientras el resto del mundo se dedicaba, como hormigas, a almacenar guantes, mascarillas, batas, buzos y, sobre todo, respiradores. No parece honesto echar balones fuera pasando la responsabilidad a las comunidades autónomas. La OMS había emitido su alerta de emergencia internacional por el coronavirus el día 30 de enero y a partir de ahí la función de vigilancia de la salud pública ya era toda del ministerio. Cito la noticia del periódico el Mundo: cuando los días 3 y 11 de febrero la OMS instó a comprar equipamiento para afrontar un posible contagio masivo, el Gobierno no hizo nada. Y cuando dos días después la UE hizo un llamamiento a controlar el riesgo de desabastecimiento, Illa respondió: «Tenemos suficiente». Desperdiciamos el tiempo contagiándonos sin poner ni un solo remedio y con la cantinela diaria de Fernando Simón dándonos consejos y quitándonos los miedos: «Es una simple gripe que podremos evitar lavándonos las manos». «Serán pocos los diagnosticados».

Mientras pasábamos seis semanas en el limbo, veíamos en la tele lo que sucedía en Italia y algo no nos encajaba. Ellos nos adelantaban dos semanas y pudimos aprender de su triste experiencia. Pero hicimos caso omiso a la vez que veíamos que la mayoría de nuestros erasmus y visitantes italianos volvían infectados y aquí se multiplicaban los contagios sin tomar ninguna medida. En China ya estaban en el pico de la pandemia. Se suspendían las grandes concentraciones internacionales como la Mobile Wold Congress de Barcelona. Sin embargo, ya con diecisiete muertos y con 700 positivos, el gobierno español convoca y anima a manifestarse por las calles de todas las ciudades el 8 de marzo. Vox hace otro tanto y contraprograma un gran acto ese día en Vistalegre para celebrar la reelección de Abascal que no tuvo más remedio que reconocer: «Fue un error por el que pedimos perdón». Parecía increíble, pero ahí están las imágenes para el recuerdo, y esta locura multiplicó los infectados y, consecuentemente, las muertes.

Así pasó el mes y medio anterior a la declaración del estado de alarma, sin hacer ningún caso a la amenaza de «que viene el lobo», pero este llegó y nos cogió en «fuera de juego». La queja más repetida por los sanitarios era: «falta material», todo tipo de material sanitario, pero lo más urgente eran los test. Eran de máxima urgencia las pruebas y esto fue lo que ocurrió. Cito textualmente la noticia en OKDIARIO: «El Gobierno de Pedro Sánchez ha sido timado con una partida de test defectuosos contra el coronavirus … El Gobierno español todavía está intentando entender cómo lo han timado. El ministro de Sanidad, Salvador Illa, ha reconocido este viernes la enorme metedura de pata y ha señalado que España va a devolver 640.000 test de diagnóstico rápido adquiridos a una empresa china sin licencia por no contar con los estándares de calidad y fiabilidad exigidos».

No quiero seguir con esta retahíla de errores: falta de test y protección o mascarillas fraudulentas. Han sido demasiados fallos y como consecuencia demasiadas muertes. Mientras los whatsapp ahumaban con críticas al gobierno la prensa intentaba no contribuir al caos. Silencio total en todas las televisiones. Incluso puedo llegar a entender que se filtrasen a su gusto las preguntas a Pedro Sánchez en lo que llamaban «sucedáneos de ruedas de prensa», con el enfado y la rabia de algunos periodistas. Opino que, correcto o no, en aquel momento «no tocaba» la crítica, teníamos que luchar juntos para superar el momento más duro de la pandemia. Comparto las palabras del presidente Sánchez en el Congreso: «Cuando salgamos de esta tendrán mucho tiempo para hacer una oposición al Gobierno. Pero habrá una diferencia. Entonces me defenderé. Ahora no voy a perder ni un gramo de energía porque lo necesito para combatir al virus».

Ahora ya es el momento. Ahora ya casi toda España está en la fase uno de la desescalada y «toca» analizar la culpabilidad de tantos errores. Sabemos que esta pandemia ha golpeado muy de cerca a miembros y familiares del Gobierno y lo sentimos de verdad, pero también consideramos necesario conocer los responsables de tantas decisiones equivocadas. Lo primero que se me ocurre es que sería noble y digno pedir perdón a tantos esposos, hijos, hermanos o nietos que han perdido a sus familiares. Ellos han sufrido demasiado y el perdón aliviaría su dolor ya que no pudieron ni despedirse de ellos en el cementerio. Y vuelvo a la frase del principio, tiene que ser muy difícil ahora seguir gobernando el país con este panorama. Creo que de esta situación nos tendrían que sacar «los mejores» como defiende Rafael Nadal, nuestro mejor deportista de la historia: «Estamos en una situación tan complicada que necesitamos a los mejores para salir de ella. Ojalá que los que nos tengan que sacar de esta sean los mejores. Quizá no es popular lo que digo, pero lo ideal es que hubiera un grupo de personas que no tuviera ningún tinte político. Da igual si es derecha, izquierda o centro, me da igual. Que sean personas preparadas, cada una en su ámbito, y que no pensaran en unas elecciones o en de qué manera tengo que vender lo que estoy haciendo. Entiendo que es imposible, confiemos que se hagan las cosas de la mejor manera porque llegarán situaciones muy críticas». No es ninguna locura soñar con un gobierno fuerte y muy respaldado, sin mirar para nada los colores políticos, pero con la condición de que tengan «competencia, liderazgo y carisma» para realizar la trasformación que en este momento España tanto necesita.
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