24/03/2020
 Actualizado a 24/03/2020
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La gran crisis que está pasando en este momento la humanidad, y muy especialmente Europa y España, con las consiguientes medidas de reclusión en casa, está contribuyendo a que todos dediquemos mucho tiempo a la reflexión a lo largo de esta cuaresma tan especial. Una de las cosas buenas de Internet es que nos permite compartir dichas reflexiones. Y entre ellas las hay muy interesantes. Incluimos las de los humoristas que saben sacarle partido.

Inevitablemente a muchos todo esto nos remite a los tiempos bíblicos: el Diluvio, las plagas de Egipto, la dura travesía del desierto, Sodoma y Gomorra, los exilios de Nínive y Babilonia… Si lo que ahora nos pasa hubiera sucedido hace tres mil años probablemente dirían que se trataba de un castigo de Dios. Pero no vamos ahora a hablar de castigo, aunque fuera saludable, pero sí de un aviso del cielo.

Si me perdonan la inmodestia de auto citarme diré que hace algo más de un par de meses escribí en esta misma sección lo siguiente: «No sólo el olvido de Dios, sino la indiferencia ante el sufrimiento de tantos seres humanos, sería merecedor del peor de los castigos. La humanidad actual poco o nada tiene que envidiar a los que vivían antes del Diluvio o a los que ardieron en Sodoma y Gomorra. ¿Por dónde tendremos que empezar a cambiar?».

Así mismo en un librito que salió a la luz el pasado mayo, titulado ‘La muerte, asignatura pendiente’ ofrezco un capítulo titulado «La apostasía final y la gran tribulación». La apostasía directa o encubierta de muchas personas que mantienen un total desprecio por las cosas de Dios no puede resultar indiferente. Hay tiempo para llenar los estadios de futbol mientras que se desprecia la Eucaristía. Las noches de los fines de semana los jóvenes abarrotan las calles, mientras que los domingos son los grandes ausentes en las iglesias. Nos preocupa y con razón el virus que mata tantos seres humanos, pero en nuestras clínicas de España se destruyen más de cien mil vidas humanas cada año, a las que no se les permite nacer. Y lo vemos normal. Somos gastadores compulsivos y nos da igual el sufrimiento de tantos millones de personas a las que rechazamos como si fueran una peste. Nos hemos vuelto orgullosos, soberbios, autosuficientes, egoístas, materialistas, descreídos… Pero los culpables no son los que se mueren o contraen la infección. Somos todos. Y ellos son también nuestras víctimas. Así no podemos seguir. Es triste que los niños y jóvenes no puedan ir a clase, pero esta experiencia debería ser también una gran lección.
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