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Tiempo de libélulas

12/10/2022
 Actualizado a 12/10/2022
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Bendito sea este primer otoño, por ser tiempo de libélulas. Por la senda que lleva hasta el río, nos hipnotizan sus vuelos acrobáticos, sus colores ultramarinos, su belleza danzando con el último canto dorado de los chopos. Bendito sea este primer otoño, tiempo pleno de manzanas. Por dejarlas en las ramas una semana más, ellas ahora nos devuelven su oro. Decidimos recogerlas antes de las lluvias. No es bueno guardar para el invierno la fruta mojada.

El miércoles pasado maldecía el trabajo. No todo trabajo. No el de la tarde de este sábado, de la familia junta cogiendo las manzanas. Bendito este sudor de jaulas y de carretillo, porque tiene sentido, porque lo comprendemos, porque recompensa y nos vincula. Los seres humanos somos seres de vínculos. Aprendemos estableciendo vínculos entre una realidad y otra, pensar no es distinto a relacionar. Todo se envenenó, el esfuerzo y el sudor, con la división del trabajo. Hubo un momento trágico, cuando el herrero dejó de hacer él sólo el alfiler y se pasó a dieciocho obreros, cada uno una pequeña parte, mínimo hacer especializado –uno estira, otro endereza, otro corta, otro hace la punta…– para fabricar miles, millones. Se produjo más, es cierto, se abarataron costes, por supuesto, fue accesible a todo el mundo, quién lo niega. Yo no niego las bondades del mercado.

Pero maldigo ese trabajo que desvincula el esfuerzo del sentido, que concentra todo el conocimiento y el arte en una celda mínima, sin ventanas al todo. El herrero producía pocos alfileres cada día, pero comprendía su trabajo. Como lo comprenden los artesanos que conocen todo de su oficio y no una parte diminuta, desvinculada del resto, ajena a lo completo, enajenada. Este es el trabajo malvado el que nos ha llevado a esa concepción perversa de la Educación, la que forma especialistas que saben cada vez más de casi nada y menos de todo. Trabajo y Educación que, en fatal alianza, en lugar de crear vínculos, desvinculan. Y sin vínculos los seres humanos apenas somos nada. Carne de malos políticos y de demagogos. Acepto hacer sólo el agujero del alfiler, pero al menos quítenme las anteojeras, déjenme conocer todo el proceso. Llegados a este punto de la civilización, probablemente no haya otra manera, lo asumo, no estoy tan revolucionario. Pero debería ser un Derecho Humano plantar un manzano y recoger la fruta cada año, para no olvidar nuestra dignidad.

Y la semana que viene hablaremos de León.
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