‘There are more things’

Bruno Marcos se adentra en la exposición 'El espacio entre las cosas', de Irma Álvarez-Laviada, que puede visitarse en la Fundación Cerezales Antonino y Cinia

Bruno Marcos
06/06/2019
 Actualizado a 14/09/2019
Vista interior de la exposición ‘El espacio entre las cosas’.  | DANIEL MARTÍN
Vista interior de la exposición ‘El espacio entre las cosas’. | DANIEL MARTÍN
"No trataré de describirlos, porque no estoy seguro de haberlos visto, pese a la despiadada luz blanca. Me explicaré. Para ver una cosa hay que comprenderla. El sillón presupone el cuerpo humano, sus articulaciones y partes; las tijeras, el acto de cortar. (...) Ninguna de las formas insensatas que esa noche me deparó correspondía a la figura humana o a un uso concebible. (…) Me sentí un intruso en el caos". Son estos algunos renglones del inquietante relato ‘There are more things’ de Jorge Luis Borges en el que el protagonista visita la casa de su tío recientemente fallecido y encuentra en su interior una serie de objetos desconocidos, formas que no puede comprender porque nunca las ha visto y no guardan relación alguna con figura humana o natural. Borges habla posiblemente de las invenciones, sin duda de lo fantástico, pero muchas veces lo inventado o lo fantástico no son sino mezclas inesperadas de partes de lo real, por ejemplo un caballo con alas. Borges no habla de caballos con alas sino de formas que no se sabe qué son. En un momento dado el narrador dice sentir «repulsión y terror», como si todas esas cosas pertenecieran a un ser no humano y, por lo tanto, monstruoso.

En muchas ocasiones he pensado en este relato al entrar en una exposición artística, en que el autor hubiera producido formas que no fueran nada, formas ajenas de la iconosfera referencial. Estamos hablando, qué duda cabe, de abstracción.

En la exposición ‘El espacio entre las cosas’ de Irma Álvarez-Laviada, que se puede ver en la Fundación Cerezales hasta el día 14 de julio, encontramos algunos de estos dilemas: Agujeros en la pared de la sala por los que aparece el color, una mesa que replica el suelo duplicándolo, una muro nuevo que con aleatoria curvatura cambia el espacio, grandes paredes verticales en medio del aire que ni limitan ni sujetan nada, una especie de banco en el que no se puede uno sentar…

Se nos dice además que todo ha sido hecho con elementos sobrantes, con embalajes desechados, con materiales que estaban cerca de las obras artísticas pero que eran funcionales, materiales pobres que pasan a ser expuestos a la mirada, elevados al estatus de arte transformados en formas no reconocibles y depositados en el contexto de una exposición.

En un trabajo anterior a los de esta muestra —exhibido en la Fundación Botín—, Álvarez-Laviada recogió los desechos producidos en trabajos de restauración realizados sobre piezas artísticas del pasado a las que se les quitó la capa de suciedad adherida a lo largo de los años; es decir tomó la piel que el tiempo había extendido sobre las formas, algo que no había puesto el artista pero que es la superficie de lo que contemplamos casi siempre.

Algo que parece una pared pero no es una pared, algo que parece un suelo o una mesa pero que no es ni una cosa ni la otra, objetos fabricados con materiales que estaban alrededor de las obras artísticas pero cuyo destino estaba muy alejado de ser transformados en forma artística; cosas que no sabemos lo que son y que no sirven para nada a no ser que sea para ser contempladas y pensar con Borges que «hay más cosas». No en vano el argentino trajo la frase de Hamlet: «Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que sueñas en tu filosofía».


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