Territorio de silencio en blanco y negro

El fotógrafo y escritor Casimiro Martinferre inaugura este jueves en el Museo de León una exposición de 42 fotografías, 22 enmarcadas y 20 en un proyector de imagen, con las que recorre un Bierzo lleno de ausencias y paisaje

N. G. Sabugal
17/09/2015
 Actualizado a 18/09/2019
Fotografía titulada 'El hilo invisible', una de las que conforman la serie Territorio. | Casimiro Martinferre
Fotografía titulada 'El hilo invisible', una de las que conforman la serie Territorio. | Casimiro Martinferre
Una mujer vestida de luto y con un pañuelo en la cabeza se asoma a la vieja puerta de madera húmeda y mira al fotógrafo. En sus ojos está el silencio de unos tiempos que no existen. En realidad, la mujer tampoco existe ya, pero la imagen la perpetúa para siempre. También la mirada del hombre de la boina, sobre el balcón, se ha apagado. Él se llamaba Adolfo y arrastraba una pierna por el corredor de madera, apoyado en su cachava. Ella, Florencia, era experta en hierbas y después abrió aquella puerta que parecía infranqueable para ofrecerle al fotógrafo una taza caliente con algunas de ellas, ingredientes secretos.

Ambos son parte de un Bierzo que ha desaparecido, excepto en las imágenes. De historias que ya pasaron, pero continúan vivas porque conforman las fotografías de la serie Territorio, del fotógrafo y escritor Casimiro Martinferre, que este jueves inaugura en el Museo de León una exposición con 42 de estas imágenes -22 enmarcadas y otras 20 en una proyección-.

Estas fotografías, todas en blanco y negro y analógicas, han sido publicadas en La Nueva Crónica cada domingo desde que hace un año se iniciara la serie Territorio, a la que acompañan recuerdos e historias de su autor que ayudan a conocer cómo se hicieron. Las fotografías más antiguas corresponden a los años 80, aunque también hay algunas realizadas en los últimos años, ya que la serie ha rebasado el medio centenar de entregas.

«La fotografía transmite un instante y siempre me gustó hablar con la gente para que me cuente algunos instantes más. Para que me hablen de su vida, una vida durísima de la que ya no queda nada. Porque esos pueblos que fotografié en los 80 y 90 y apenas tenían gente, hoy están vacíos. Como mucho, algunos han restaurado casas para el veraneo, pero aquella vida, ligada a la tierra, ya no existe», explica Martinferre.

El fotógrafo bembibrense estará presente en la inauguración a las 20:00 horas y realizará una visita guiada por la exposición, que servirá para conocer más a fondo los paisajes y personajes que aparecen en las imágenes, fruto de más de treinta años de trabajo con la cámara al hombro.
«El verdadero tesoro del Bierzo es su gente, por eso también me gusta acompañar las fotografías con anécdotas e historias que me han ido contando. Estas imágenes ya no se podrían hacer, los pueblos han ido cada vez a menos y aquellos eran los últimos restos de una cultura que venía del Neolítico, de una supervivencia ligada a la agricultura y la ganadería».Los rostros de las fotografías de Martinferre, endurecidos por el blanco y negro, muestran también esos oficios ligados al territorio, cuyo ritmo marcan las estaciones y la meteorología. Entre ellos, el del labrador que ara la tierra junto a su caballo, envueltos en una luz que se adivina la de última hora de la tarde; o la mujer que mira al fotógrafo con las manos apoyadas sobre el delantal negro, unas manos semejantes a las raíces de tanto hundirlas en la tierra, en una imagen llamada La costurera del luto. También hay un hombre que, desde su cabalgadura, vigila con cara de malas pulgas al fotógrafo mirón, en una instantánea que éste ha titulado con sorna ¿Sancho?Son, algunas veces, protagonistas anónimos, pero otras han quedado registrados: doña Rosalía, con su cesta de mimbre y su bastón, junto a la ropa secándose al aire en el balcón de madera; Paquita junto a su perro, curioseando desde la puerta de su casa de piedra y techo de paja de centeno, que quizás ya se haya caído; doña Asunción, la ‘costurera del luto’; o don Brindis y don Domingo, mirando al que les mira.Junto al paisanaje, el paisaje ocupa también su espacio natural en este Territorio, que se cubre de sombras en las imágenes de Martinferre. Como en su Espantapájaros, dominando los valles desde las primeras luces del día, con los vapores de la tierra abrigando los árboles. También ríos, muchos ríos blancos que a veces rompen en cascadas, y viñedos bajo una nube amenazadora, y una encina solitaria, y pueblos tendidos al sol sobre las laderas como alfombras de piedra.
También montañas, muchas montañas. Las de Los Ancares o las de las sierras de Gistredo y de Coto. «A mí la montaña siempre me ha gustado mucho y por eso está ahí», afirma Martinferre. Son largos paseos y duras subidas de las que también han salido un buen número de imágenes de paisajes, además de llevar los andarines pies hasta esos pueblos más ocultos y alejados de las vías de doble carril. «El Bierzo es valles y montes», recuerda.

De ahí lugares como el pico Catoute bajo la nieve, o pueblos como Arnado, Corporales de Barjas o Bouzas. Geografías poco transitadas y cuyo pasado retiene la gelatina de plata de las fotografías de Martinferre. También utensilios casi olvidados: aperos de labranza, carros de yerba, instrumentos para la molienda. Y palomares. Y cuadras. Y brañas.
«En esta época tan fotografiada como poco fotogénica, tan atestada de instantáneas como necesitada de instantes, aún hay quien dedica tiempo a la fotografía, a hacer fotografías. Martinferre es uno de ellos; un robinsón de la cámara tradicional, de la película analógica, del alumbramiento en el laboratorio, del blanco y el negro primordiales. Con esos mimbres de siempre trenza encuentros en las encrucijadas que la luz y las sombras ponen a tiro de su objetivo», afirma Luis Grau Lobo, director del Museo de León.

Para el responsable del espacio en el que hoy se inaugura esta muestra, las imágenes del fotógrafo y escritor bembibrense son «resultado de una destreza y de un estremecimiento». Sus personajes y paisajes en blanco y negro son una conquista del testimonio de otros tiempos, de lluvias pasadas, y en todas esas fotografías, añade Grau, «hay vida que detiene su palpitación para contemplarnos».

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