12/01/2023
 Actualizado a 12/01/2023
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El sábado pasado salimos a fumar un cigarro a la terraza del bar bajo una pertinaz lluvia, igual de pesada que la de ‘Cien años de soledad’... El caso es que estábamos hablando Rafa, Pablo y un servidor del suceso, discrepando sobre su beneficio, sobre si la lluvia llena el pantano o es la nieve la que lo consigue. En esto, Rafa, con toda la buena fe del mundo, dijo que siempre hizo calor, que siempre llovió y que, en el invierno, al frío no lo come ni el lobo; y que ha sido así desde que el mundo es mundo. En esto, sale del bar un chaval muy aficionado a la polémica y, sin encomendarse ni a dios ni al diablo, nos espetó que éramos unos terraplanistas, unos tontos del haba que no reconocen que el tiempo ha cambiado, que el clima ha cambiado y que, si no ponemos remedio, se llevará todo por delante. Es evidente que afirmó estas barbaridades sin datos, o con los datos que dan los medios, absolutamente preocupados en dar argumentos a los esféricos y no a los terraplanistas... Esos datos son sesgados, interesados y, como poco, inexactos.

En la década de los setenta del siglo pasado, el Foro de Roma advirtió al mundo de la que se avecinaba si no se ponía remedio al incipiente calentamiento global: catástrofes ambientales de todo tipo, muerte y, sobre todo, hambre. Casi cincuenta años después, gracias a Dios, no se han cumplido las afirmaciones apocalípticas del informe de marras. La inmensa mayoría de los habitantes del planeta no pasa hambre; y en el occidente, para nuestra desgracia, muere más gente por comer mucho...

Además, todo es una incongruencia. En la provincia de León, donde resido, se está asistiendo a una realidad curiosa... Estamos en contra de los pantanos (yo el primero), de las minicentrales hidroeléctricas que jalonan nuestros ríos, de los huertos solares y de los generadores eólicos. Y lo hacemos de una forma visceral, lo cual es muy loable, porque significa que nos quedan redaños. La mayoría de la gente que está en contra de la instalación, también lo está del uso del petróleo y de sus derivados y del carbón. La preguntas, entonces, surgen solas: ¿Cómo nos vamos a calentar en invierno?, ¿ con qué andarán nuestros coches, camiones o tractores? Esperar por la panacea del hidrógeno es irresponsable, ya que no estará operativa hasta dentro de treinta o cuarenta años. ¿Entonces, qué nos queda? Pues, según los medios afines a la causa, debemos aprender a vivir peor de lo que vivieron nuestros padres y nuestros abuelos, a pasar frío, a pasar algo de hambre (cuando los recursos del planeta dan para alimentar de sobra a mil millones de personas más), y a usar de manera más eficiente el coche de San Fernando, un rato a pie y el otro andando. No sabe uno si los millones de personas que habitan en España estarán de acuerdo con todas estas restricciones; ya sabéis: se pasa muy fácilmente de lo malo a lo bueno, pero muy malamente de lo bueno a lo peor. Además, ¿no se producen revoluciones en medio mundo para intentar alcanzar los estándares de vida europeos, americanos, japoneses o coreanos?; ¿vamos a renunciar nosotros a ellos?

La gente que está en contra de las minicentrales hidráulicas dice que el ruido que hacen sus turbinas es insoportable, y no les falta razón. Los enemigos de los molinos eólicos aducen que joden el paisaje, y tampoco andan errados. Los que arremeten contra los huertos solares afirman, no sin razón, que su electricidad estática mata toda la vida animal que está a menos de un kilómetro de ellos... ¿Qué hacemos, entonces? Uno cree que el problema de todas estas fuentes de energía limpia reside en su gestión. Nos costará tiempo, pero tendremos que acostumbrarnos a convivir con ellas; no son la panacea, de acuerdo, pero me temo que son necesarias. Si las minicentrales fueran propiedad de los pueblos en los que se ubican y no de una sociedad que lo único que quiere es ganar dinero, arreglaríamos mucho el asunto. En Vegas, por ejemplo, hay una minicentral que es propiedad de un paisano y no del pueblo. Si fuera al revés, sería la leche, mayormente porque al pueblo la energía le saldría regalada, o casi, y aceptaríamos el ruido como animal de compañía.

Y lo mismo se puede decir de los huertos y de los molinos; a veces es bueno hacer de tripas corazón y resignarse, como dije antes, a que son necesarias; lo que no es de recibo es que se lleven la guita Iberdrola, Endesa o cualquier otra compañía mercantil. Ya que esos estaribeles están en nuestro terreno, por lo menos, digo yo, aprovecharnos de ellos y conseguir que nuestra factura de la luz pase de costar un potosí a que sea casi gratis... Además, ¿no os parece extraño que todas estas infraestructuras se construyan en ‘la España vaciada’? Como última pregunta: ¿Por qué no instalan los molinos eólicos enfrente de la playa de San Lorenzo, pongo por caso, dónde hay viento para regalar casi todos los días del año? Son elucubraciones de principios de 2023, cuando todo parece nuevo y posible. Salud y anarquía.
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