03/11/2020
 Actualizado a 03/11/2020
Guardar
Aun cuando uno ya va siendo mayor, todavía no habíamos nacido cuando la Segunda Guerra Mundial y, obviamente, tampoco cuando la Primera. Lo que conocemos de ellas es sobre todo por los libros de historia. Sabemos que fue algo espantoso, pero no es lo mismo vivirlo que oír contarlo. Lo que sí tenemos experiencia es de que ha habido determinados momentos en los que parecía que estábamos a punto de una Tercera, y no solo por eso de que no hay dos sin tres.

Pero, visto lo que estamos viendo, nos parece que para hacer y ganar una guerra, aunque sea mundial, ya no es necesario gastar ingentes cantidades de dinero en armamento, porque se puede ganar sin disparar no una sola bala. Ignoramos el origen del coronavirus, si se debe a un murciélago o si se escapó sin querer de un laboratorio. Lo que sí está muy claro es que un simple bichito invisible puede tener tanta eficacia destructiva como la más potente bomba atómica. Si el coronavirus fuera el resultado de la decisión de un país con deseos de dominar el mundo, habrá que reconocerle como el vencedor de la Tercera Guerra Mundial.

Si nos atenemos a otras teorías, como las que un coronel de origen leonés refleja en su libro ‘El dominio mental’, ni siquiera hacen falta virus para dominar a la humanidad, pues sobran técnicas para controlar la mente de las personas sin necesidad de que afecten a la integridad física.

En principio había pensado titular este artículo ‘El silencio de los borregos’, referencia irónica a la conocida película ‘El silencio de los corderos’. Y es que algo raro tiene que estar pasando para que ante tanta tropelía como estamos viviendo, tanto cinismo y cara dura por parte de algunos gobernantes, en España y en otras partes del mundo, la gente permanezca impasible, como si estuviera narcotizada. Es como si, además del Covid-19 o de la encefalopatía espongiforme bovina, otro virus se estuviera adueñando de la mayoría de las mentes y cerebros. No en vano el actual gobierno, con nocturnidad y alevosía, trata de sacar adelante su particular ley de educación para que, desde la ignorancia provocada, las gentes sean más manejables y manipulables.

Nadie podía imaginar que haya programas de gobierno cuya finalidad sea crear pobres e ignorantes. Es el mejor camino para poder manipularlos. A los pobres con paguitas que les permitan vivir sin trabajar. A los ignorantes con aprobados generales o con poder pasar de curso sin esfuerzo. Este es el mejor camino para que determinados totalitarismos ganen sin problema su Tercera Guerra Mundial.
Lo más leído