Teorías del delirio

26/05/2020
 Actualizado a 26/05/2020
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Eso de que te lean la mano a renglón descubierto siembra una duda lógica, hasta necesaria, pero siempre queda en el fondo de uno mismo un mensaje buscado que deseamos que pase del tarot a la realidad. Y en el «algo hay» reposamos lo desconocido que intenta definirnos una bola de cristal. Ese esquema llevado a un escenario de miedo nos convierte a todos en teóricos sin curriculum, retratados como un conjunto de paramecios que tienen botón para cualquier ojal. El lado inédito de la pandemia nos ha obligado a navegar en un mar de teorías que nos vuelven a ubicar en un color político o en un equipo de fútbol. Poco ha cambiado desde que teníamos libertad de movimientos. En la parada uno escucha a esos visionarios mágicos. Los hay que creen en la teoría de la conspiración como base de una pandemia, que incluso tildan de selectiva, puesto que se muestra letal con el sector social menos productivo. Teoría A, a la que sigue la B, la de las B-anderas, que opinan que lo que busca Pedro Sánchez es hundir a un país para culpar después a la herencia recibida. Son los mismos que hacen cuentas y no le salen «hay miles de muertos y millones de arruinados». La balanza para esa facción de ‘covidiotas’ que se abanderan de una España grande y libre emulando a las celebraciones del orgullo gay que tanto les enerva, pero a dos colores, cae del lado de la economía. Y dentro de esta teoría, la de la señora que no se cree nada «yo no hevisto féretros». Para que luego le moleste que los sanitarios le tapen la boca con una mascarilla primero y con el mensaje de que «el fascismo es otro virus» después. Teoría C en Alemania. Bill Gates ha orquestado esta pesadilla con el fin de fomentar una vacunación mundial desde la que colocar chips a cada ente terráqueo. Cuánto cuesta ver lo sencillo: existe un virus con una letalidad casi inasumible y hay que esquivarlo, lo demás es imaginario colectivo a veces poco inocente.
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