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Tenemos un héroe

19/05/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Dice Homer Simpson que la fama consiste simplemente en que la gente te conoce a ti pero tú no conoces a la gente. He tratado a bastantes famosos y presuntos famosos, gente que ha tenido que digerir lo de vivir mientras la gente te conoce pero tú no conoces a la gente. A más de uno se le ha subido el fracaso a la cabeza, que a menudo resulta más difícil de digerir que el éxito, y el resultado son futbolistas/tronistas que se besan los tatuajes cuando marcan gol y por la calle tienen aspecto de vivir eternamente en un verano ibicenco, aunque suelan habitar en el invierno de la Segunda División B. Cuando a uno le pasa por encima su propio personaje, por mucho que se esmere en construirlo o en disimularlo, resulta paradójicamente más desnudo ante los ojos del resto, virtudes y defectos quedan al descubierto porque salen a flote los auténticos valores... o su ausencia. A ello hay que sumar la gran cantidad de gente que practica la presunción de culpabilidad, que no deja lugar al beneficio de la duda (más en una tierra como la leonesa), es decir, personas que dan por supuesto que el simple hecho de que alguien haya alcanzado la fama le convierte inevitablemente en un puto gilipollas, antes de que abra la boca. En el extremo contrario están los que consideran al famoso como de la familia, pues sienten, de tanto verle por la televisión, que ya le hubieran tenido sentado a la mesa de su cocina, con el correspondiente exceso de confianza. El caso de Juanín García Lorenzana concentra todas las contradicciones de un famoso que no tiene pinta de famoso. En Croacia hay gradas que escuchan su nombre y sienten algo así como una puñalada desde el extremo, en China hay estadios donde está grabado que fue el mejor de su puesto en los Juegos Olímpicos, en Túnez suenan los ecos de los 14 golazos que clavó en la final del Mundial, en Francia, en Alemania, en Dinamarca o en Eslovaquia le recuerdan colándose entre sus gigantes y dejándoles la portería como un colador, en Barcelona le guardan eterno agradecimiento por los títulos que les dio y los momentos que les hizo vivir y en gradas de toda España se ponen de pie para aplaudirle. En León, la bandera que él ha llevado con orgullo por todo el mundo, a los recuerdos vinculados al deporte y a su ejemplaridad se suman otras imágenes que no tienen nada que ver con las que se le podrían suponer a un famoso: verle bajar de un Seat Ibiza para pescar, tomar butanos por el Húmedo, disfrutar de un corro de lucha leonesa o su sorprendente torpeza para tirar al mono en una verbena de pueblo. «Pero éste... ¿cuánto gana?», se suele preguntar la gente cuando hablan con él y consigue que el importante parezca siempre el otro, sea quien sea. Más allá de los evidentes valores que representa como jugador, el que más le define como persona es la humildad, extrema, sincera, de principio a fin, desde que era meritorio hasta que se convirtió en estrella. Ser así implica confiar en toda esa gente que le conoce sin que él lo sepa, asumir el riesgo de que no le valoren por no tener pinta de lo que verdaderamente es: uno de los mejores deportistas de la historia. En León ese riesgo se consuma y el respeto que en todo el mundo se le muestra y que aquí merecería más que en ninguna otra parte desaparece con la fugacidad de un contraataque, desde los responsables del Ademar, el club por el que tanto ha hecho, hasta una grada que nadie ha puesto a rugir tantas veces como él y que debería avergonzarse por haberle pitado un día. No nos sobran precisamente los héroes como para tratarlos así.
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