10/12/2017
 Actualizado a 15/09/2019
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Con la iluminación de Navidad, como con los fuegos artificiales en las fiestas, pasa lo mismo que con las siete y media, que Muñoz Seca describió como ese juego vil que no hay que jugarlo a ciegas, pues juegas cien veces, mil, y de las mil, ves febril que o te pasas o no llegas.

Haga lo que haga, el edil, como don Mendo, está condenado, bien por excederse y arriesgarse a ser acusado de despilfarrar el erario en fruslerías, o bien por quedarse corto y desmerecer las fiestas.

Partiendo de tan inestable base, creo que en estas Navidades nos hemos pasado de cutres, no solo por las lúgubres luces de la calle Ordoño II, sino por el hecho de que otras como Ramón y Cajal, que une San Isidoro con nuestra plaza central, o José María Fernández, que nace de la misma Catedral, carezcan de la más triste bombilla. Inexplicable sobriedad tratándose de la corporación que perpetró tan innecesaria horterada al iluminar la fuente de Santo Domingo. Opiniones estéticas aparte, la iluminación navideña de León es impropia de una capital de provincia, y creo que sería bueno que nuestros concejales dejaran ya de felicitarse mutuamente por la capitalidad gastronómica y pensasen que también en Navidad mucha gente de fuera va a visitar León y a llevarse a sus casas un recuerdo ciertamente lóbrego y deslucido.

Con todo, lo indignante no es que el Ayuntamiento no haya sabido encontrar el complicado equilibrio entre el desparrame y la tiniebla, sino que haya quienes culpen de la situación a comerciantes y hosteleros. En esto el PP de Rajoy, que antaño aglutinaba a conservadores y liberales, ha conseguido instalarse en un equilibrio aún más difícil: ser más socialistas que nadie a la hora de recaudar y más liberales que nadie cuando se trata de pedir a los ciudadanos que se autofinancien los servicios públicos. En muchas ciudades de Estados Unidos son los propios ciudadanos y sus negocios los que iluminan sus calles en Navidad, y también los que barren sus aceras, pero si pueden hacerlo es precisamente porque sus Ayuntamiento no les fríen con el IBI, el impuesto de circulación, la plusvalía, el ICIO y las tasas por respirar. En una ciudad en la que cada mes asumimos toda clase de tributos, gabelas, arbitrios y trinques, los mínimo que podemos exigir los ciudadanos es que no nos carguen con la responsabilidad de iluminarla en Navidad. Es legítimo aspirar a que con todo lo que pagamos se cubra algo más que la partida presupuestaria destinada a las nóminas de los numerosísimos funcionarios y empleados con los que sigue contando nuestro Ayuntamiento.
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