26/02/2016
 Actualizado a 12/09/2019
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Umberto Eco hubiera disfrutado de Ponferrada. ¡Sin duda! Entre sus fantasías quizá siempre estuvo habitar la eternidad en una fortaleza templaria poblada por cientos de libros miniados: un Templum Libri. Vivir entre libros puede ser la forma más perfecta de inmortalidad. Recolectar y acumular cientos de bellas obras fue para él la expresión más exacta del octavo pecado capital, la bibliofilia.Sentía, como yo, un amor desenfrenado por los libros. Un extraño deseo que antepone el papel a la carne. Las palabras a la vida.

Umberto Eco hubiera disfrutado de Ponferrada. O ¿Quién sabe? Quizás disfrutó. Quién puede negar que mientras escribía ‘El péndulo de Foucault’ no hubiera buscado la inspiración en nuestros paisajes templarios. Posiblemente aquí, entre tratados impresos, descubrió la verdadera historia del temple. Encontró argumentos para desmontar esa fantasiosa literatura templaria plagada de ciencias ocultas, sociedades secretas y conjuras cósmicas que reprueba en su novela.

Umberto Eco hubiera disfrutado de Ponferrada. Entre los cientos de ejemplares expuestos en Templum Libri se hubiera reencontrado con la colección más completa de Beatos cuyos originales, casi inaccesibles, se conservan dispersos en los principales monasterios, abadías, bibliotecas y universidades del mundo. Umberto Eco, que publicó un largo estudio del ‘Comentario del Apocalipsis de Beato de Liébana’ era una apasionado de este género. No olvidemos que situó la intriga de ‘El Nombre de la Rosa’ en el scriptorium y la biblioteca de una Abadía imaginaria donde se copiaban estos manuscritos. Allí, un insólito libro envenenado desencadena las extrañas muertes de la abadía que dan sentido a la novela.

Umberto Eco imaginó el paraíso como una biblioteca infinita e irrestrictiva. Allí disfrutaría de aquellos libros ocultos y prohibidos, creados para el uso exclusivo de papas, nobles, reyes y ricos burgueses.

Un paraíso perfecto en él que se encontraría aquel libro envenenado, la mítica ‘Segunda Poética’ de Aristóteles. Este libro sería su última lectura. Leyéndolo entre risas y carcajadas Umberto Eco se despediría intoxicado de su Templum Libri. Porque la eternidad convierte a todos los paraísos, incluso el de los libros, en infiernos aburridos. Este libro le salvaría, finalmente, de esa insoportable y angustiosa inmortalidad que a veces nos prometen los propios biblios.
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