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Teatro de Sombras

11/11/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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Hay libros con los que te sumerges tan profundamente en otra realidad que ayudan a olvidar la propia durante un rato -y así respiramos bajo un agua creativa que no ahoga, que es puro oxígeno-.

Me ha ocurrido esta semana con Teatro de Sombras, del escritor cacabelense Fermín López Costero. Un conjunto de microrrelatos cuya capacidad de sugerencia permite bucear muy profundo, allí donde se encuentran los más hermosos corales de la imaginación.

Como este viernes ha sido el Día de las Librerías, es de justicia citar la que me lo ha proporcionado: la librería Simón de Ponferrada. Los libreros son esos dealer que hacen que estas drogas literarias lleguen a nuestras manos, que nos permiten el ‘viaje’ a las aguas más desconocidas de nosotros mismos. A todos ellos, gracias. Seguiremos con el vicio.

El libro de Costero ha sido finalista del Premio Setenil, que destaca los mejores libros de cuentos de nuestro país. En sus historias hay aparecidos, como un alumno difunto acogido con cariño por un profesor enfermizo; maniquíes que se sonrojan al verse desnudos durante los cambios de temporada; también niños crueles y conservas de sirena en escabeche exportadas a medio mundo. Sobre todo ello, un humor como de mermelada.

Menos mal que estos días he podido nadar entre estos seres porque, cada vez que sacaba la cabeza, llegaba el olor podrido de los ‘patriotas’ de los Papeles del Paraíso y había que taparse la nariz para leer las noticias. Ahogaba también el informe de Oxfam Intermón, titulado ‘Gobernar para las élites’, que reclama el fin del uso de paraísos fiscales porque la evasión de impuestos contribuye a un aumento de la desigualdad. «La riqueza mundial está dividida en dos: casi la mitad está en manos del 1% más rico de la población, y la otra mitad se reparte entre el 99% restante», advierte la ONG.

Así se me ha ido mezclando lo leído en el periódico y en los cuentos, lo sucedido y lo imaginado, los fantasmas creados por el poder con los de Costero. No puedo decir que el autor no lo advirtiera. Al inicio del libro ya anuncia que quienes se acercan a él perderán la certeza de si están «caminando sobre la realidad o sobre la fantasía». Y yo no la tengo casi nunca.
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