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Te odio, querida hemeroteca (I)

18/01/2021
 Actualizado a 18/01/2021
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Tener algún tipo de archivo de la propia obra es algo habitual en esta profesión. Es muy útil revisar lo que se ha hecho previamente. El catálogo de fotografías es perverso, muy faltoso, insoportable. Valga la foto que encabeza esta columna, de hace prácticamente siete años, que unos cuantos me han pedido que cambie porque «ya no estás así, estás de forma»… Y ahí queda la conversación porque el que pregunta lo que no debe escucha lo que no quiere, como bien me enseñó la Tía Erótida.

La imagen es una mala compañera, pero la hemeroteca es una consejera despiadada que te dice las cosas a la cara sin ambages, capaz de susurrarte un reportaje que te reconcilie con el trabajo –porque, como todo el mundo sabe, los periodistas estamos siempre reñidos con el oficio, igual que preferimos escribir en viejas olivettis y que el síndrome de Diógenes impere en la redacción– o destrozarte la autoestima con párrafo y medio.

Es muy útil, puede funcionar como el cabestrante del tractor que te saca del atolladero cuando de estos papeles se forma un barrizal de esos que te hundes hasta el eje o como un eficaz antiinflamatorio cuando se te hincha el ego y amenaza con cortar el riego al cerebro, situaciones ambas que se pueden producir además en cuestión de minutos. Estás escribiendo un reportaje, no bajan las líneas ni aunque te cuelgues de ellas, pero te acuerdas que un día escribiste del tema en cuestión, miras la página y de repente sales del charco como un indio aparahoe que llevaba horas acechando en el barro. Como el mecanismo ha funcionado vuelves a la hemeroteca, lees otro poco y te das cuenta de que el puzzle no encaja y que más que el último superviviente de una estirpe legendaria pareces un dominguero perdido, mirando el cuaderno de las notas como el que da vueltas al mapa en las manos sin estar seguro de lo que va arriba y abajo.

Y hay más, pero queda para la próxima semana, que hoy no cabe.
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