26/05/2018
 Actualizado a 16/09/2019
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Con los políticos está pasando esta temporada lo que con los bikinis que vienen para el próximo verano: no hay forma de encontrar uno que no te deje con el culo al aire. «Es que este año la braga es brasileña», me explicaba el otro día la dependienta, mientras yo arrugaba la nariz y dejaba con dos dedos la prenda de baño sobre el mostrador, asustada además ante la posible obligatoriedad de bailar samba con el colorido trozo de tela. Y es que con algunas compras nunca se sabe y además las etiquetas están llenas de letra pequeña. Después te encuentras con el inspector o inspectora de bikinis en la playa y te pone una multa por falta de cultura tropical o de pericia en la danza, vete tú a saber.

En las ‘compras’ democráticas ocurre también que -según la letra grande del contrato-, la factura la pagamos todos, aunque nuestra elección haya sido otra. Y, al día siguiente, el ticket de voto ya no vale para nada: la devolución es imposible y el cambio tarda cuatro años, si nadie adquiere antes la tienda a través de una moción de censura.

Aunque la Audiencia Nacional haya echado ya algunas cuentas, el coste en la hucha pública de la condena al Partido Popular por el caso Gürtel todavía no la conocemos. Desde luego no son sólo los 245.000 euros que tendrá que pagar por las actividades de la trama en los municipios de Majadahonda y Pozuelo de Alarcón, que produjeron «un enriquecimiento ilícito al partido en perjuicio de los intereses del Estado», según los jueces; sino que nunca alcanzaremos a saber cuánto ha salido de nuestro bolsillo para todos los contratos públicos amañados y las mordidas correspondientes y cuánto nos habríamos ahorrado, además de la vergüenza.

Porque, encima, la sentencia considera por fin probado que el partido tenía una caja b con la que se financiaba. Un hecho que será juzgado en una causa aparte y que nos traerá indignaciones frescas en los próximos tiempos, para que vayamos renovando el menú informativo.

Con todo esto, está claro lo que le conviene a M. Rajoy para sus paseos este verano por la playa de Sanxenxo: un tanga. Que, además, podrá conjugar como verbo estival: yo tango, tú tangas, él tanga...
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