25/07/2020
 Actualizado a 25/07/2020
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Son las coplas de Jorge Manrique un canto de silencio sepulcral. «Recuerde el alma dormida/avive el seso y despierte/contemplando cómo se pasa la vida/cómo se viene la muerte tan callando». Como callando esperan en clamoroso gemido pétreo esas 59 almas muertas por el coronavirus y sepultadas en cárcel pétrea en el Cementerio de Carabanchel para los que no habrá plantos, lágrimas ni gemidos. Nadie llorará su ausencia ni se confortará en sus plácidos recuerdos. Tan solo una placa conmemorativa por obra y gracia del erario que devolverá a los olvidados un retazo de dignidad robada. Y vivirán en casa digna que no será morada de indiferencia sino de reposo quieto. Sueño opiáceo de los que se olvidan de sus raíces pretendiendo unas alas que nunca serán tales porque quien descuida sus orígenes cercena una parte importante de su vida.

Soledad anónima de muertos por los que Bécquer se conmovió en ese lamento que reza. ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!

Aunque alguien se acordará de ellos y llorará su anónima muerte azuzados por la conciencia mediática de una España a la que Unamuno definió como «la que vive bajo tierra, esta tierra llena de cielo, esta tierra que siendo un cuerpo y por serlo es también un alma, esta tierra que hizo con el latín – que también se muere– unos lenguajes, unos romances. Hizo el catalán, y el aragonés, y el leonés, y el bable, y el castellano, y el portugués y el gallego». Tierra gallega donde reposa el Santo, patrón de España, que hoy conmemoramos. Que el Santo ruegue por ellos, por esos que se fueron sin ruido, sin rastro y sin rostro. Como si los finados fueran unos apestados cainitas bien distintos a esos vecinos de nuestro Caín leonés que el pasado día 23 lucharon a brazo partido con las malezas del camino que de tanto enmarañadas impedían el paso del coche fúnebre que llevaba a su vecina Cesárea Del Pozo de 88 años en su postrera visita al campo santo. El silencio de Cesárea sí se pobló de recuerdos. Por su esquela sabemos que era miembro del Instituto Secular Alianza en Jesús por María, y conocemos que ella sí tuvo hermanos, sobrinos, primos y demás familia con nombres y apellidos que rogaron oraciones por su alma.

No como los otros, los del anonimato que desfilaron por los hielos palaciegos y que se fueron en plena primavera, ocultos en residencias y hospitales, huérfanos de palabras amigas y sin poder decir como Rosalía de Castro: «Adios ríos, adios fontes, adiós regatos pequeños, adios vista dos meus ollos, non sei cándo nos veremos». Rumor de partida silente.

¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!
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