Secundino Llorente

Tampoco somos tan malos

30/12/2021
 Actualizado a 30/12/2021
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En mi pueblo, frente a mi casa, vivía Fermín, un vecino que llegó a ser centenario y que conocía la historia y milagros del pueblo y alrededores. Le considerábamos un maestro experimentado al que pedíamos opiniones y consejos, como a un gurú. Cuando le preguntábamos por el valor de algo siempre respondía igual: ¿Para qué es? El valor de todo es muy diferente según que queramos comprar o vender.

Pasa igual con todo en la vida. Si pedimos una opinión sobre la situación española en sanidad, justicia, deporte, policía, transporte, religión, turismo o educación la respuesta siempre será la misma: «depende de para qué lo queramos». Siempre nos podemos encontrar con que, después de mil operaciones quirúrgicas de ojos con éxito, un paciente se quedó ciego, o un veredicto del jurado sin sentido o un fracaso policial o, lo que suele ser normal, en un colegio de cien profesores cumplidores y excelentes profesionales se coló un cantamañanas y tarambana insensato que destaca en medio de la calma y seriedad del centro. Y nadie habla de los miles y millones de ciudadanos que cumplen cada día con su deber y trabajan en silencio. Los medios de comunicación centran sus esfuerzos en la exaltación de miserables noticias de manadas, violencias de género o asesinatos realmente impresentables e inconcebibles para una mente normal. Los medios de comunicación se regodean chapoteando en el fango de casos de violación grupal de cada vez más manadas o descerebrados asesinos como El Chicle, Ana Julia Quezada, el descuartizamiento de Marta Calvo o el crimen sádico y despiadado de las dos niñas de Tenerife que ha llenado páginas y horas de televisión. Nos hemos acostumbrado a los telediarios que se parecen mucho al antiguo ‘El Caso’, famoso semanario español, de final del siglo pasado, especializado en noticias de sucesos: delitos, atentados, asesinatos, homicidios o crímenes. Si un extraterrestre o alienígena cayera hoy en España y lee un periódico nacional o escucha un telediario posiblemente se preguntaría: ¿Qué es esto? ¿Dónde he caído? ¿Hasta qué punto puede llegar la bajeza, mezquindad, indignidad, vileza y maldad humana?

Pero gracias a Dios esta no es la realidad de España. Aquí se vive bien y se vive mucho. Hasta ahora los ciudadanos españoles vivían, antes de la pandemia, 82,9 años de media lo que nos colocaba en la cuarta posición de esperanza de vida en una clasificación mundial de las 195 naciones que la componen. Pero hay más, en un estudio de la Universidad de Washington (Seattle, EE UU), en el año 2040 pasaremos a ser el país con mayor esperanza de vida del mundo con una media de 85,8 años. Esperemos que la llegada del coronavirus no cambie estas estadísticas y previsiones. Algo tiene que tener nuestra España para ser aclamado como el mejor país del mundo para nacer y vivir. Me apoyo en los datos de ‘The Economist’ citados por Manuel Vicent en su artículo ‘Líderes’: «Nuestro nivel democrático está muy por encima de Bélgica, Francia e Italia. Pese al masoquismo antropológico de los españoles, este país es líder mundial en donación y trasplantes de órganos, en fecundación asistida, en sistemas de detección precoz del cáncer, en protección sanitaria universal gratuita, en esperanza de vida solo detrás de Japón, en robótica social, en energía eólica, en producción editorial, en conservación marítima, en tratamiento de aguas, en energías limpias, en playas con bandera azul, en construcción de grandes infraestructuras ferroviarias de alta velocidad y en una empresa textil que se estudia en todas las escuelas de negocios del extranjero. Y encima para celebrarlo tenemos la segunda mejor cocina del mundo». En las encuestas realizadas después de los viajes al extranjero de miles y miles de jubilados con el ‘Club de los sesenta’ todas las opiniones suelen ser muy positivas menos las de la comida. El sueño de todos al regreso es volver a disfrutar de las exquisiteces de nuestra cocina, desde unos pimientos rellenos de bacalao o una tabla de jamón ibérico de bellota a un arroz a banda o una fabada asturiana. Recuerdo una visita turística de diez días en París con un grupo de profesores en la que disfrutamos de esa maravillosa ciudad, pero malcomiendo y soñando con llegar a casa para disfrutar de unos simples huevos fritos con chorizo y patatas fritas.

Para saber cómo se vive en España lo mejor es salir al extranjero y comparar. No hace falta ir a la miseria de Cuba para ver el abismo que nos separa. Si pasas dos semanas en Estados Unidos también vuelves diciendo que prefieres nuestra España. No podemos caer en el pesimismo al oír las noticias del telediario porque en España vivimos bien. Y si no, que se lo pregunten a los miles de jubilados alemanes que llenan nuestras islas Canarias, Baleares y la Costa Dorada catalana o a los alumnos españoles que son los que están más satisfechos con sus vidas y son felices, según el último Informe Pisa.

Ya estamos hartos de sacar a relucir SÓLO nuestros trapos sucios y nuestras miserias. Señores políticos y periodistas, vamos a destacar todo lo bueno que tenemos, vamos a presumir de lo nuestro, vamos a ser optimistas porque «en España tampoco somos tan malos».
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