Imagen Juan María García Campal

También en estas fechas

19/12/2018
 Actualizado a 15/09/2019
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De nuevo, he seguido la sabiduría de Argullol contenida en su poema del dos de mayo de dos mil doce –leído casi a finales del año 2017, meses después de la aparición de su ingente obra ‘Poema’– para «ser extranjero en la propia ciudad». Extraviado, como estoy, acaso buscando una «forma de purificación», me he dejado «perder/ por sus calles, náufrago,/ sin rumbo ni objetivo». Así, «exiliado entre paisajes familiares/ clandestino a plena luz/» y también en las madrugadoras y remolonas penumbras de esta época casi hibernal, he andado esta ciudad que cada día parece, más que una verdad palpable y permanente, un belén continuo, una rememoración de pasados, una ciudad de papel (sonante) para algunos y piedra y frío para muchos. Una capital y provincia, de viciada virtualidad, de las que huye todo aquel que precisa armar su presente o solo un futuro con el que ilusionarse para poder resistir el vivir, sobrevivir, aun sea lejos de casa y de «los tuyos», tan dichos en estas fechas.

Pero no es de esta triste obviedad de la que hoy quiero hablarles. Es de cómo, en ese peregrinar de extranjero en la propia ciudad, me encontré con esos otros mundos que existen y están en este al que tantas veces tan ciegos nos hacemos.

Anduve, sí, esa parte de la ciudad luminosa y colorida donde todo parece ir bien, en la que todo es oferta de mercadería simbólica del querer, tal que ya no fuésemos capaces de reconocer éste o el cariño o el amor (palabra mayor esta) en una mirada, en una sonrisa, en una mano estrechada, en un abrazo sentido –de sentir, no de lamentar– en una caricia, en un sencillo saberse, se esté o no, por no hablar de esos otros cotidianos reconocimientos de la cierta estimación entre dos personas, familia o no. Tal que solo nos certificásemoscon cosas porque todo lo otro, como el valor castrense, tan solo se suponga.

Anduve, sí, esa otra menos luminosa donde se aprecia mejor el peso de los días de la vida, en la que todo es más cansado y gris, acaso no más triste, pero sí más real. Donde sin duda los presentes son y serán como la realidad, más humildes.

También encontré, acá y allá, muchos Josés y muchas Marías en peregrinaje de portal en portal (léase de cajero en cajero) e inocentes niños. Inocentes niños aún creyentes en la omnipotencia de los padres de turno y, cómo no, repugnantes pequeños, grandes pijos, exigentes de marcas y modelos, ayunos, quizá ya por voluntad, de la realidad de sus padres.

Buenos días hagamos y cotidianas buenas noches tengamos. ¡Salud y trabajo!
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