27/11/2020
 Actualizado a 27/11/2020
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Una de las leyes más importante, si no la que más, para un político encargado de gestionar los designios de la nación, es la de Presupuestos Generales del Estado. Con ella se establece un marco para determinar dónde va el dinero que nos cuesta cada vez más ganar y del que el Estado tiene la ‘amabilidad’ de llevarse un buen mordisco por eso del bienestar, las garantías sociales, la armonización fiscal, la igualdad…

Al final no dejan de ser una herramienta para determinar el mejor uso (en teoría) del dinero público, ese que Carmen Calvo ya hace años dijo que no era de nadie, aunque finalmente por desgracia, en muchas ocasiones termina utilizándose de manera partidista allá donde pueda originar más votos.

Es importante saber que lo que ganamos de media en 178 jornadas laborales al año, va directamente al Estado en forma de impuestos, para pasar a formar parte de ese dinerito que en muchos casos se va por el sumidero del gasto superfluo, autobombo político y chorradas varias.

No hay que ser pardillos. Sabemos que aquellos que se encargan en cada momento de elaborar estos presupuestos, además de priorizar unas cosas u otras según su ideario político, al menos tendrán la tentación de darle unas ‘pinceladas ideológicas’ a alguna de esa multitud de partidas presupuestarias. Con eso, creo que contamos todos.

Pero esto que les cuento y que entraba dentro de la normalidad, era así hasta la era Sánchez-Iglesias. A partir del momento en el que se estableció un gobierno sociocomunista más preocupado por perpetuarse en el poder, eso también ha cambiado.

Los Presupuestos Generales del Estado han pasado de ser una herramienta de gestión a una herramienta política que mediante cesiones y concesiones a unos y a otros, incluso a los que se manifiestan públicamente a favor de la destrucción del Estado, logre pasar el trámite legislativo y consiga que los que están en La Moncloa se garanticen mangonear unos años más.

Las negociaciones para conseguir los apoyos suficientes para aprobar los presupuestos, son una auténtica vergüenza. Los miembros del Gobierno, con su presidente a la cabeza, utilizan nuestro dinero para dárselo no a aquellos que más lo necesiten, los que peores infraestructuras tengan, a los que más les ataque la despoblación, no. Dan nuestro dinero a aquellos que más votos les reporte y que les garanticen continuar de manera más cómoda en el poder. El dinero de usted, que me está leyendo en estos momentos, no va a intentar hacerle la vida un poco más fácil, va a hacerle la vida más fácil a los que nos gobiernan.

Si esto no fuese suficientemente sangrante, desde partidos enemigos del Estado ya no se limitan a exigir más y más inversiones y más y más concesiones fiscales en contra de la igualdad entre españoles, sino que ahora encima se permiten el lujo de exigir que se castigue al resto de España con subidas de impuestos para pagarles sus caprichos y su hoja de ruta independentista.
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