16/06/2019
 Actualizado a 12/09/2019
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Ha causado estupor e indignación en la mayoría de los historiadores considerar a Franco como Jefe del Estado español desde el 1 de octubre de 1936 hasta el 20 de noviembre de 1975, fecha de su fallecimiento. Así lo consigna el auto de la Sección Cuarta de la Sala III del Tribunal Supremo con respecto al contencioso-administrativo sobre la exhumación de los restos de Franco. Asumir la tesis de Franco como el verdadero Jefe de Estado de España, en vez de «jefe supremo del bando sublevado», implica echar por tierra a la Segunda República (y a su Gobierno presidido por Manuel Azaña, asentados sobre la legalidad de la Constitución de 1931) y a todos aquellos que la defendieron, muchos de ellos ignominiosamente inhumados. A un servidor le cuesta trabajo creer que ello sea producto de una supina ignorancia de la historia de España de parte de los magistrados del alto tribunal, como se puede desprender a primera vista. Por eso me atrevo a pensar que ha sido una deliberada provocación demostrativa que el franquismo es aún un virus rebrotado y sin vacuna.

El 23 de julio de 1936 el general Emilio Mola creó una Junta de Defensa Nacional por siete militares encabezada por Miguel Cabanellas, el general más antiguo. El 14 de septiembre se celebró en Burgos una reunión de la Junta en la que se planteó el tema del mando único. En ella Franco consiguió conchabar a un grupo (Kindelán, Orgaz, Yagüe y Millán Astray) dispuesto a maniobrar para ascenderle a jefe supremo. El 28 de septiembre de 1936 se celebró, también en Burgos, una reunión de la Junta en la que Kindelán planteó un borrador del decreto por el que se nombraba a Franco Generalísimo y Jefe de Gobierno, pero solo durante el período de guerra. Ante la reticencia del resto de los seis integrantes de la Junta, Kindelán propuso una pausa para almorzar. Reanudada la misma, la propuesta fue aprobada por todos menos por Cabanellas y por Mola. El decreto fue redactado por el jurista José de Yanguas Messía. Pero la coletilla final de que el nombramiento fuese durante el período de guerra no figuró en el escrito.

Una vez nombrado Franco jefe del Estado, comenzó el culto a su personalidad, iniciándose una campaña de propaganda al estilo fascista. La zona sublevada se inundó de carteles con su efigie, y los periódicos debían encabezarse con el eslogan: ‘Una Patria, un Estado, un Caudillo’, copiado del ‘Ein Volk, ein Reich, ein Führer’ de Hitler. Franco escogió, al igual que Mussolini escogiera ‘Duce’, la distinción de ‘Caudillo’. A su paso, en sus discursos y en actos públicos se le aclamaba «¡Franco!, ¡Franco!, ¡Franco!» y se difundió masivamente sus supuestas virtudes: inteligencia, voluntad, justicia, austeridad... Surgieron sus primeros hagiógrafos calificándolo de «Centinela de Occidente, Príncipe de los Ejércitos, etc.». A su dechado de virtudes se le sumaban dotes excepcionales: «Mejor estratega del siglo». Expresiones, citas, ocurrencias y discursos suyos se repitieron insistentemente en todos los medios de comunicación.

La investidura de Franco se celebró con una pomposa ceremonia. Su ya excelencia superlativa declaró: «Señores generales y jefes de la Junta: podéis estar orgullosos, recibisteis una España rota y me entregáis una España unida en un ideal unánime y grandioso. La victoria está de nuestro lado». La Junta de Defensa Nacional se disolvió. A Mola se le dio la jefatura del ejército del norte, mientras que Cabanellas fue relegado al puesto de inspector del ejército. El primero murió en accidente de aviación, el segundo por extraña enfermedad.
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