Suicidio: llamemos a las cosas por su nombre

Por Sofía Morán de Paz

Sofía Morán
15/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Cada dos horas y media, una persona se quita la vida en España. Diez personas al día, y cerca de 4.000 al año. Mientras buceamos entre las idílicas fotos que nos muestra Instagram, las playas paradisíacas y las vidas perfectas, siempre fieles al «don’t worry, be happy», y atrapados por esta sociedad que prácticamente nos obliga a ser felices, hay estadísticas que son como un bofetón en plena cara, de esos que te arrancan la venda de los ojos y lo que haga falta.

El suicidio es la primera causa de muerte no natural en nuestro país, y ¡ojo!, con el doble de víctimas que los accidentes de tráfico. Diría que, con semejantes datos encima de la mesa, esta es una realidad difícil de ignorar, y sin embargo ya lo ven, este sigue siendo el drama del que nadie quiere hablar.

No hay noticias, ni macro campañas de publicidad y prevención, tampoco manifestaciones con pancartas, o acalorados debates en televisión.

El suicidio es un tema tabú. Es esa cosa extraña que siempre les ocurre a otros, no a ti, no a tu familia. Por eso lo miramos con distancia, con ese reproche interno que llevamos grabado a fuego.

Durante días hemos visto a los medios de comunicación balbuceando eufemismos imposibles («desaparición voluntaria», «muerte no violenta»), cuando se encontró el cuerpo sin vida de la esquiadora Blanca Fernández Ochoa la semana pasada en el Pico de La Peñota. Rodeos y acrobacias con tal de no llamar a las cosas por su nombre.

Hasta que Carlos Alsina en su ‘Más de Uno’ abrió por fin un debate valiente y necesario, con una entradilla certera que intentaba explicar las razones de tanto remilgo y pirueta verbal: «la primera es que hay una tradición, cada vez más discutida, que dice que, si los medios hablamos de los suicidios, estos aumentan. Y la segunda es que sentimos que al decir que una persona se suicidó, estamos manchando de alguna manera su memoria y dañando a su familia».

Andoni Anseán Ramos, presidente de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio, nos da la clave: «bien tratada, la noticia de un suicidio puede tener un impacto positivo y preventivo en personas de riesgo. Según cómo la presentes, puedes conseguir una actitud de empatía y compasión con la persona que sufre, de manera que perciba que hay otros modos de canalizar su sufrimiento».

El problema entonces no es hablar, sino el cómo se habla. La infinita hipocresía de no querer nombrar el suicidio, pero ahondar sin pudor en las pastillas de litio junto al cadáver. Trampas, sospechas e insinuaciones.

Las directrices de la OMS son claras: se debe hablar de los suicidios con rigor, sin sensacionalismos y sin detallar los métodos. Digo yo, que bastaría con llamar a las cosas por su nombre, huyendo del morbo y ahorrándose los detalles.

Hace unos años, un amigo muy querido que pasaba por un tremendo momento vital, me dijo al teléfono que sólo pensaba en quitarse la vida. Que sabía cómo, que sabía dónde.
Estoy casi segura de que no estuve a la altura de aquella conversación, y cuando colgamos me di cuenta de que, después de 5 años en la facultad de psicología, nadie nos había enseñado nada sobre esto.

Hace falta un Plan Estatal de Prevención del suicidio, una atención primaria efectiva, capaz de detectar a personas en riesgo, y profesionales con una formación sólida. Hay que dejar de ocultar el problema, sacarlo del agujero negro de la vergüenza y la culpa, a ver si la gente empieza a enterarse de qué coño va todo esto.

El suicidio no es una vergüenza innombrable, debemos sacudirnos esa idea de encima de una vez por todas. Es un asunto de salud pública sobre el que debemos estar informados, saber detectar alertas de riesgo en nuestro entorno, saber dónde acudir y cómo ayudar.

Las cosas tienen que cambiar porque 4.000 muertes al año no nos caben debajo de la alfombra del salón y ya no tenemos ni donde esconderlas.

Quien se quita la vida, no quiere dejar de vivir, lo que realmente quiere es dejar de sufrir. Empecemos por ahí.

Sofía Morán de Paz (@SofiaMP80) es licenciada en Psicología y madre en apuros
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