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Suicidio asistido

20/02/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Es cosa sabida que, en esto de las carreras políticas, cuando se otea el horizonte del final las lenguas se afilan y se sueltan rebelándose contra la prudencia (o la cobardía, vaya usted a saber) que imponía el calorcito de las poltronas. En unos casos, comienzan a contarse cosas que hasta ese momento nunca se dijeron, y que muchos esperarían que se hubieran dicho justo en el momento en el que realmente hubieran sido útiles para el bien común; y en otros, los de los venerables abuelitos que han cubierto todas las etapas del cursus honorum de lo establecido, de lo políticamente correcto y del pastoreo condescendiente de esas masas populares por las que tan poco respeto tienen como ignorantes las consideran, sus lenguas se llenan de imprecaciones, anatemas, dogmas y sentencias que solo pueden llegar a pronunciar los que se creen ya letra impresa de la Historia.

Este último caso parece el del presidente Herrera. Su retórica parece haber adquirido un tono que prefigura la inminente proclamación de su divinidad, máxima aspiración de cualquier emperador romano que de sucesor de Caesar se preciara. En la última sesión de control de las Cortes de Castilla y León al Ejecutivo autonómico repartió furias y lexatines a cualquiera que osaba ejercer su función democrática de control, al tiempo que bondadosamente defendía (beatus ille) las cartas de amor que el Consejero de Sanidad se dedica a sí mismo. Peor fue la medicina recibida por el portavoz de la UPL, Luis Mariano Santos, pues a este le prescribió un «suicidio político» si persistía en sus convicciones, y esto sí que son palabras mayores.

Resulta aterrador pensar en el divino Herrera como boticario shakespeariano y no tanto por su epifanía como Esculapio, ni porque se coloque por encima de la prohibición de las leyes de Mantúa, sino más bien porque sea capaz de hacerlo sobre las de Génova, que bien conocida es su proclama del carácter sagrado de la vida humana. Más aterrador aún, el presentimiento de que pretende llevar al último extremo la idea de su partido sobre la prisión permanente revisable. Para Herrera, en realidad, la prisión permanente no es revisable.
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