15/09/2017
 Actualizado a 07/09/2019
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Caer en el suicidio supone hacerlo en una de las fatalidades más definitivas e inquietantes. Conscientes de tan dramática situación, con buen tino, la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio (IASP) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) han elegido, no hace tanto, en concreto el 10 de septiembre de 2003, el 10 de septiembre para celebrar el Día Mundial de Prevención del Suicidio. Las ochocientas mil personas que anualmente ultiman o lo intentan sus días de esta forma voluntaria, al menos aparentemente, depositan ante nuestros ojos tan tremenda realidad que debiera ser una de las prioridades de cualquier sistema sanitario que se precie.

Siempre me ha preocupado mucho el suicidio. No sé bien por qué. Lo que sí conozco es que dicha inquietud me ha llevado a escribir mi libro de poemas Historias de la fatal ocasión, uno de mis favoritos, acogido por el sello Calambur y dirigido a grandes escritores españoles y extranjeros cuyo final ha sido elegido por ellos mismos. Precisamente ahí, en la órbita del adiós voluntario, se hallan el enamorado del albero español, Ernest Hemingway; Gabriel Ferrater; la rusa Marina Tsvetaeva; Mariano José de Larra; la argentina Alejandra Pizarnik; el esperanzado José Agustín Goytisolo quien en el poema ‘Palabras para Julia’ recomendaba a su hija, «Tú no puedes volver atrás / porque la vida ya te empuja / como un aullido interminable. / Hija mía es mejor vivir / con la alegría de los hombres / que llorar ante el muro ciego». ; el cubano tan bien encarnado por Javier Bardem en la película Antes que anochezca, Reinaldo Arenas; Yuko Mishima, el japonés que acudió al harakiri de un modo largo, pensado, repensado y elaborado; los italianos Emilio Salgari y el depresivo Cesare Pavese («Vendrá la muerte y tendrá tus ojos / esta muerte que nos acompaña / desde el alba a la noche, insomne») y el divino perturbado Gérad de Nerval, por ejemplo.

Los anteriores suicidas seguidos por otros muchos menos afamados o humildes o totalmente desconocidos pero con mirada soberanamente humana también penetran en mi corazón, sobre todo cuando la Iglesia y hasta el vecindario rechazaba sus cadáveres impidiéndoles su entrada en el cementerio, sin anuncio de campanas, rogativas o misas, en un trato parecido a los excomulgados. Menos mal que tan maligna actuación ha llegado al fin.

Uno de los suicidios que más ha atraído mi atención desde la escuela ha sido el del filósofo cordobés maestro de Nerón Lucio Anneo Séneca, aunque no tanto o bastante menos el del emperador ahora nombrado.

Mas el suicidio no siempre es individual. A veces se presenta coral o colectivo. Ahí está el caso Jonestown en 1978 con sus más de 900 víctimas bebiendo ponche de uva con cianuro por orden del pastor Jim Jones. Similar sucede con el conocido como Kanunga donde más de 800 seguidores de la secta ugandesa ‘Restauración de los Diez Mandamientos de Dios’liderados por Joseph Kibweteere se prendieron fuego en una iglesia cerrada a cal y canto en el año 2000.

Podría continuar con otros macro suicidios, incluido el del pueblo numantino. Sin embargo, dado el momento en que esto escribo hay que fijarse en las redes sociales y los en ellas convocados. El mecanismo de convocatoria es distinto pero la realidad no difiere. Nuestras autoridades deben permanecer con ojo avizor.

Podría finalizar, deseo finalizar a la altura de esta noche que me resulta pequeña para contar lo que quiero con una posdata azul: la oscura linde de la muerte está en ti. En ti, querida Pili. Un beso. Esquivo como nunca el dulce recuerdo.
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