26/06/2017
 Actualizado a 17/09/2019
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Solsticio del verano. Fiestas de San Juan y San Pedro. León despliega su alegría. El goteo de pérdida de trabajo, y la despoblación rural son asuntos que quedan aparcados sine die. Como las golondrinas volvemos los emigrantes, pantalones cortos, ‘la risión’ del palurdo del lugar. Pero lo que más importa es la canción del verano, que este año no habla de chiringuitos sino de la sidra de nuestros vecinos asturianos, lo que palia el disgusto que nos ha metido el alcalde de Valladolid al involucrarse en el misterio de la autenticidad del Sagrado Cáliz de Cristo de San Isidoro. ¿Y, qué hay de malo en ello? Se preguntarán. Pues que escribió en el libro de visitas del museo: «Desde hoy, para la ciudad de Valladolid y para su alcalde, está claro que el Santo Grial está aquí en León». Y hasta ahí podíamos llegar.

Mosaver: ¿A santo de qué se mete este hombre en camisa de once varas? ¿Es que concede más credibilidad a una simple concejala, por más que lo sea de cultura, que al mismísimo prestigioso hispanista P. Enriet, (del que casi nadie habíamos oído hablar), quien sostiene que ese cáliz de Doña Urraca no puede ser el mismo en el que bebió nuestro Señor? Y, en todo caso ¿qué autoridad tiene Valladolid para certificar nada en León? ¿Es que no ha llegado a sus oídos que, por aquí, a Valladolid no se le tiene ninguna consideración?

«Súbeme la sidra; échame un ‘culín’». A los leoneses, convencidos de que hay dos grandes bebidas en el mundo, la sidra en Asturias y el orujo en León, no les puede venir uno de Valladolid, donde no hay más que vino peleón, a corroborar que un vaso sea santo o no, porque sencillamente nadie les ha preguntado y no es correcto meterse donde a uno no lo llaman. Que bastante tenemos en León con el alcalde que nos toca como para que venga uno de fuera a terciar en asunto tan sagrado (con perdón) como el del Santo Grial. Y a enfrentarse a las fuerzas vivas capitaneadas por J. Taranilla de la Varga, autor de culto en esta materia, y que está en contra de aceptar que, de todos los cálices sagrados falsos que hay en el mundo, el único verdadero vaya a ser el de León.

¿Por qué no centrarse, por el contrario, en si la canción del verano es asturiana, astur-leonesa, o de Calatayud? Porque tal vez debiera haber sido: «Súbeme el orujo; echa un poquitin» y en esa diatriba sí que podría haber tenido cabida la opinión de un alcalde, aunque fuera de Valladolid.
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