18/03/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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Ocho poemarios nos ha dado, cumplidos los 50 años,el leonés Antonio Manilla. Este último ‘Suavemente ribera’ en la colección Visor, con un premio importante, supone la constatación de que estamos ante uno de los grandes, al menos al parecer del cronista si no experto crítico, con conocimiento en la materia y para quien la poesía no es un don, sino un aprendizaje; y depende mucho de qué ‘universidad’ se encuentra en la materia, de qué paisaje, de qué ambiente, de qué amigos. Antonio Manilla hubo de toparse con un paisaje especial, con un ambiente proclive, con unos buenos amigos poetas,tanto en León como en Oviedo; además de estar dotado de unas facultades excelentes: la sensibilidad y la inteligencia.

Antonio Manilla siempre fue poeta, hasta cuando pescaba en el río con su padre.Es totalmente poeta, de esos que no son otra cosa porque no quieren. Un poeta ‘machadiano’ que parece vivir para sacarle jugo a la naturaleza, en un río pequeño, de media montaña, no muy lejos de un pueblecito medio abandonado, entre las salgueras y los huertos. Allí, en la soledad sonora, o en la urbe, rumia lo que los grandes poetas acerca del ser humano, y siente sobre si mismo todo el peso, liviano por otra parte, de la naturaleza y del tiempo. Y, a base de «no saber sabiendo» (Gamoneda), ha aprendido el lenguaje de los sueños, y ha tomado la medida al silencio, al olvido, con el sempiterno sinsabor del hombre que no acaba de aceptarse tan mezquino como es y tan rastrero.

Con estas dos preciosas herramientas, la sabiduría y la palabra, construye versos que se deslizan como sobre una superficie de líquenes o muérdagos por los que el lector resbala por las suaves pendientes de los bosques de abedules, blancos y brillantes, como una suave melodía, como una pincelada, como un mármol, como un pensamiento que brota de la mente de un humano camino de su derrota. «Déjame ser…suavemente ribera». Los estorninos son «la imagen de un estrépito». «El sol se cuela como si fuera un sueño». «Nuestras raíces beben del silencio». «La soledad del amor». «En los acantilados de la noche». «El amable desdén de la belleza». «La infatigable búsqueda de la felicidad». «Este pasar y estar al mismo tiempo». «El curso oculto de las cosas». Nada más comenzar la lectura del libro, encontramos estas perlas. «El mar comunica con los párpados». «Y así llegó el olvido».

Como escuchar con los ojos cerrados la salmodia eterna del amor y la belleza, así, lector, estos poemas de Antonio Manilla, que parecen tratar de: «La transformación del paisaje en sueño».
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