Secundino Llorente

Stop a las novatadas. Ya era hora

30/09/2021
 Actualizado a 30/09/2021
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El martes, siete de septiembre, el Consejo de Ministros, a propuesta del Ministerio de Universidades, ha aprobado el proyecto de Ley de Convivencia Universitaria que tipifica como falta muy grave las novatadas que merman la integridad de la persona acosada y establece una pena de expulsión del campus para estas ‘bromitas’ de entre dos meses y tres años. A partir de ahora comienza la tramitación parlamentaria y esperamos que lo ratifique. Aplaudimos este reto de acabar con las novatadas, un acoso colectivo tolerado y que ha ido a más en el siglo XXI.

Se ha puesto de moda que cada principio de curso, cuando llegan a la universidad los novatos, ilusionados con su nueva carrera, un grupo de déspotas, opresores y sádicos, con deseos de revancha porque a ellos se lo hicieron antes, les esperan para divertirse a su costa. Con estas bromas de mal gusto, estos abusones sólo demuestran su necedad y torpeza. Los cerebros de esta movida suelen ser poco inteligentes y no entienden que esto es acoso puro y duro. El cómico Miguel Gila trataba con ironía estos temas para tratar de lograr el efecto contrario, pero los caciques de las novatadas son tan ‘cortitos’ que toman al pie de la letra sus monólogos: «Broma buena la que le gastamos al boticario, que en paz descanse desde entonces. Tenía la botica de guardia y despachaba por un ventanuco. Le pusimos la receta un poco lejos, sacó la cabeza para leerla. Y con un cepo de cazar lobos: ‘clack-muerto’. Su mujer se enfadó, la tía asquerosa. Como le dijo mi madre, si no sabe aguantar una broma, márchese del pueblo».

La lista de acosos es interminable. La psicóloga Loreto González-Dopeso, presidenta de la asociación Nomasnovatadas.org, enumera algunos ejemplos: les obligan a comer comida de gato, a tirarse a un seto con el torso desnudo o sentarse toda la noche en la repisa de la ventana de un quinto piso. En el caso de las chicas no faltan las pruebas con tintes sexuales, como salir vestidas de gallinas por la calle con un cartel que dice ‘empóllame’. O se organizan subastas en las que ellos y ellas se van quitando ropa, como la puja nudista en el campus de la Universidad de León en 2017. ¿Se imaginan la gracia que le haría a una madre saber que su hija está pasando la noche sentada en una repisa de la ventana de un quinto piso? Yo he visto pasear a cuatro patas por la calle Ancha de León, desde Botines a la Catedral, a un grupo de jóvenes atados con collares como perros de compañía.

Mi única experiencia de novatadas la sufrí en mi primera semana de mili en el cuartel de Colmenar Viejo. Los veteranos desplegaron toda una batería de acosos y humillaciones contra los de milicias universitarias que llevábamos un cordón como distintivo. Gracias a Dios todo terminó en el momento que lo supo el capitán que, no sé lo que hizo, pero todos aquellos abusones aparecieron con la cabeza afeitada como el culo de un niño y formalitos como monaguillos. En el 2021 el sentir general es que ya está bien de hacer el ridículo humillando a los nuevos compañeros de colegios mayores y universidades. Es una costumbre repugnante, obsoleta y degradante para las víctimas. No es que haya abuso en las novatadas, es que las novatadas en sí son un abuso. Pero una parte de la sociedad las consiente y hasta las apoya al considerarlas ritos de iniciación. ¿De iniciación a qué? Otros lo justifican como una forma de integración. Ya me contarán ustedes cómo puede integrar a un alumno en la universidad una novatada que le produce pesadillas y ataques de ansiedad. Muchos estudiantes se sienten mal, pero no lo denuncian porque supone una humillación y piden a sus padres que tampoco lo hagan porque no quieren sentirse los ‘raros’.

No existen novatadas buenas, como dicen sus defensores. Todas son malas, peores o muy malas, porque todas son humillantes, todas son un abuso de poder y todas deben estar prohibidas y castigadas. Ningún alumno veterano tiene patente de corso sobre los nuevos y los novatos no tienen ninguna obligación de arrodillarse ante los veteranos. Pero estas movidas han ido a más. Los rectores no entran a saco porque dependen del voto de los alumnos en las elecciones. Recuerdo la justificación de las inocentadas de Méndez de Vigo, ministro de Educación en 2015: «son parte de la tradición y había que buscar un equilibrio entre la broma simpática y los disparates».

Este problema no es exclusivo nuestro, ni mucho menos. Se da en todo el mundo y se trata de muy diferente modo en cada país. Llamó la atención en 2013 la noticia de que seis universitarios se ahogaron en una playa cerca de Lisboa por culpa de una novatada. Tenían que dar un paso atrás cada vez que fallaban a una pregunta del jefe de los veteranos. Eso no fue una inocentada, sino un crimen. Pues la ministra de Justicia portuguesa, Paula Tereixa da Cruz, simplemente lamentó la desgracia y ante seis jóvenes muertos tuvo el cuajo de decir: «No tiene sentido prohibir las inocentadas, que en determinados casos son bonitas. Prohibir no es la solución». En Francia están prohibidas e incluidas en el Código Penal desde 1998. Espero que pronto estén también España. Los estudiantes van a la universidad para formarse para el futuro y conseguir un título y las novatadas sólo son un obstáculo y hay que acabar con ellas cuanto antes. Aplaudimos la propuesta del Ministerio de Universidades y deseamos que salga mejorada del Parlamento, aunque tengo mis dudas porque allí suelen primar los intereses de partido y las expectativas del voto. Ojalá esta vez nos sorprendan positivamente.
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