31/08/2022
 Actualizado a 31/08/2022
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Se termina agosto. Va llegando la hora de decir adiós a las escapadas a la playa, a las tardes de río con familia o amigos, a las barbacoas en la terraza, a las verbenas en los pueblos cantando a pleno pulmón el ‘Soldadito marinero’ de la orquesta de turno... Y también es turno del cierre del mercado de fichajes en el mundo del fútbol. No obstante, si bien lo primero provoca nostalgia, lo segundo revoluciona los corazones, termina con las uñas del personal y provoca que los aficionados al balompié estemos pendientes del teléfono continuamente. Al igual que el 1 de enero se escucha por todas partes el «¡Feliz año nuevo!» y el 7 de julio el «A Pamplona hemos de ir…», en estas fechas lo que se siente a lo largo de todo el territorio español son otras voces como «¡Siempre dejando los deberes para el último día!», o «¡Ya verás cómo al final nos quedamos sin nada!» Así de pesimista es el ser humano por naturaleza. Sin embargo, es cierto que siempre existe un poco de temor refugiado dentro de nosotros que reza para que estas quejas no se cumplan. Pocas mayores sensaciones de impotencia existen que abrir los diarios deportivos, las redes sociales y las cuentas especializadas en la materia y observar que todos los clubes refuerzan sus planteles menos el tuyo. El jugador que te gustaba se fue a un rival. El otro, a cobrar al extranjero. Y el tercero, se retira del fútbol a última hora. Se te acaban las opciones a la vez que el cabreo y la incertidumbre aumentan. Si los pensamientos se pudieran leer en las horas decisivas, las prisiones acabarían colgando el cartel de ‘sold out’. Te acuerdas de ese jugador que no tiene sitio en la plantilla pero se niega a salir, o de aquel otro que teniendo un acuerdo para fichar por tu equipo se echa atrás a última hora. Es todo un caos, pero, ¡bendito caos! A mí, personalmente, me apasionan estos momentos. Soy adicto a esa tensión, a esa incertidumbre. Mentiría si dijera que no me gustaría que hubiera más cierres del mercado al cabo del año. Os invito a acompañarme en estas escasas horas que restan y disfrutemos todos juntos, y también suframos, porque ambas cosas son compatibles, y más en esta situación. ¡Ah! Y que Dios reparta suerte.
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