10/01/2021
 Actualizado a 10/01/2021
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Del ‘emoji’ al confinamiento hay un abismo. El mismo que existe seguramente entre un 2019 corriente, dentro de lo que cabe, y un 2020 fuera de toda norma. La elección por parte de la Fundación del Español Urgente de esas dos palabras como las más representativas de uno y otro año, aparte de lo opinable que resulta toda selección, testimonia la distancia que media entre lo superficial y lo grave, entre la naturaleza frívola de un término carente de significación que decaerá a la misma velocidad con que evolucionan las tecnologías de la comunicación y la cualidad sustancial de otro que nos abruma por su expresión vital de la que nadie ha sido ajeno. Por eso mismo hay palabras de vida corta, aunque de éxito fácil, y otras que se instalan en nuestro ser como una marca indeleble (se decía para determinados sacramentos).

Pienso siempre en ‘spleen’, una expresión que arrasó en la pasarela de la moda lingüística del siglo XIX y que contagió al Romanticismo de melancolía o al revés, con Baudelaire a la cabeza. Se evaporó como se evaporan las enfermedades del alma, hasta que Francisco Umbral la revivió en la década de los ochenta del pasado siglo para nombrar así su colección de artículos publicados en El País, en ese caso con apellido local: ‘Spleen de Madrid’. ¡Cuánta melancolía por esas firmas se siente ahora en la lectura de la prensa! Umbral, Haro Tecglen, Vázquez Montalbán… No tanto porque el valor de quienes opinan hoy sea menor, sino por la autoridad que conferimos a aquellos que en tantas otras encrucijadas nos iluminaron. Por cierto, puestos a dejarse ir en brazos de la melancolía, por aquellos tiempos gobernaba la Comunidad de Madrid un tal Leguina y su Ayuntamiento un tal Tierno Galván.

¿No hay romanticismo ya?. Lo que no hay es melancolía sino incertidumbre. Y de aquello queda, sí, el narcisismo rampante y la banalidad general como síntesis, que convienen a quienes nos confinan. En el fondo, el confinamiento, bien mirado, es sólo abandono del viejo espíritu romántico.
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