Spain vs. USA: We are Number 1 y el coronavirus

Santiago Tejerina Canal
17/04/2020
 Actualizado a 17/04/2020
He vivido casi la mitad de mi vida en USA enseñando y estudiando, y más de la otra mitad en España estudiando y trabajando. Me formé en mi escuela rural de Las Salas, mi colegio jesuita de León, mi Universidad Central de Barcelona y mi Universidad estatal de Massachusetts-Amherst. Fui técnico estadístico del Consorci d’Informació i Documentació de Catalunya (8 años), presidente de Spanish Profesionals in America ALDEEU (2 años), profesor, director y fundador de Centro BOSP de Stanford University (CA) en Madrid (8 más), lo mismo que me pasa con el Summer Institute of Hispanic Studies en colaboración con la Universidad de León (28 estíos), y (tras otros 25 años de docencia y jefaturas aquende y allende) soy catedrático emérito de estudios hispánicos de la Universidad de Hamilton (NY), estando por fin ‘retired’ en EEUU, y ‘jubilado’ en España. Recibo la mayoría de mi pensión de USA y otra pequeña parte de España. Pago en España la mayoría de mis impuestos y en USA otra parte menor. Me siento consiguientemente español y americano o viceversa, depende del momento y punto de vista, y hasta hay ocasiones en que me siento ambos a la vez, tratando de hallar el justo medio quijotesco. Espero que todo ello me dé la autoridad no solo para opinar (como hacemos todos y cada uno de los españoles expertos o no) sino hasta para constatar (como con ayuda de la razón intentamos hacer algunos americanos desde el retiro de nuestras universidades).

Y opino y constato que mis conciudadanos americanos propagan orgullosos a los cuatro vientos la consigna patriótica de ser Number One, guiados o manejados por su todopoderosa y ‘democrática’ ‘power elite’ educativa, empresarial, mediática y política, consiguiendo que además se lo crean firmemente casi todos los congéneres como seña de identidad, mientras cantan el precioso ‘Oh, say can you see’ a esa ubicua bandera albi-celeste de líneas y estrellas al viento con la mano en el corazón. El hecho en sí resulta ciertamente admirable, auténtico y conmovedor. También el 90% de los españoles creían a ciegas o decían cara al sol y brazo al frente ser su España querida el mejor país del mundo, haciendo casi exactamente lo mismo que los yanquis en los tiempos de Franco y su democracia, en este caso ‘orgánica’, lo que lo hacía menos admirable, auténtico y conmovedor. Pasado el periodo de miedo, reflexión y sentido común de la primera parte de la Transición, poco a poco primero y casi plenamente ya hoy en día, estamos de vuelta a la banderita o banderaza rojigualda de la gloriosa Patria, aunque los españoles sigan sin encontrar la letra adecuada a tal patriotismo, lo que por su mismo desacuerdo puede resultar en patrioterismo vacío que más de uno explota.

A quienes vivimos en ambos mundos y a quienes han experimentado la educación allende como requisito indispensable para la comprensión internacional y único medio de alcanzar la paz global, ese maniqueísmo cultural entre lo bueno y lo malo nos confirma tal ordenamiento no sólo como absurdo y falso sino obsoleto. Sólo la mirada física o intelectualmente distante y sin miopes prejuicios culturales concede la objetividad de lo simplemente diferente de acuerdo a contexto y punto de vista. Y es que Alemania, Argentina, Australia, Brasil, Canadá, Cataluña, China, Egipto, España, Francia, Inglaterra, Japón, Rusia, USA, y casi cada país y nación del mundo se cree Nº 1. Por consiguiente es obvio que alguien y hasta la mayoría no tiene razón del todo.

Sin embargo, lo que sí constato estadísticamente estos días aciagos es que EE.UU. y España son Nº 1 en contagios y muertes por Covid-19, en números absolutos la primera y relativos la segunda. Aprendí en mi Consorci catalán que la estadística no suele mentir, aunque haya muestreos inadecuados que la relativicen, de forma que tal orden pudiera también dársele a Alemania, China, Inglaterra, Italia, Francia, o más probablemente en el futuro a Brasil, Congo o Filipinas a causa de desajustes, tergiversaciones o ausencia de datos estadísticos. Pero lo que sigo sin entender ante tales hechos constatados es que en España sus expertos sanitarios, sus políticos y sus medios de comunicación sigan tratando de hacernos creer que tenemos el mejor sistema de salud pública del mundo o que en EE.UU. digan lo mismo de su ‘private health system’. El desarrollo de la pandemia del coronavirus desmiente ambas afirmaciones, que deben ser denunciadas como ‘fake news’ insultantes y simplistas.

El sistema público español de salud puede ser en teoría el mejor del mundo, pero en la práctica de ninguna forma lo es. Para serlo necesita: a) un sistema sanitario que potencie prevención, renovación e innovación sin dejar de lado la tradición, b) una investigación más consagrada, efectiva y extensa, c) un personal médico más numeroso, mejor homogéneamente preparado y más fidedigno y responsable ante la ley, y d) unos medios técnicos más avanzados y adecuados a nuestro tiempo y al personal que los maneje magistralmente. Todo ello requiere, no sólo abolir los pasados recortes sanitarios de 2012-18, sino duplicar el presupuesto sanitario actual para evitar listas de espera y colapso pasado, presente y futuro. También el sistema privado americano puede ser el mejor del mundo, pero sólo para el 1% de la población de billonarios como Trump o Biden que pueden tener seguros privados millonarios o atender directamente a los abultados pagos médicos, hospitalarios y farmacéuticos a que el 99% restante no tiene acceso o que, si son más afortunados, les llevarán a la ruina y a la muerte más o menos tarde o temprano. El sistema americano de seguros privados depende directamente del empleo, y con el paro o la jubilación se convierte en carga sólo asumible para un exiguo porcentaje de la población. La cobertura del sistema público de Medicare básico es irrisorio, por lo que debe apoyarse en otras coberturas B, C o D que, aunque más baratas que los sistemas privados, no alcanzan coberturas totales, que terminan saliendo de las jubilaciones y ahorros de toda una vida y, acabadas éstas, de caridad y beneficencia que puedan pagarte una operación, un tratamiento, o, en su ausencia, te obliguen a afrontar el sufrimiento en espera de la muerte. Sistema público y privado se oponen de nuevo maniqueamente, de modo que lo malo para Spain es bueno para USA y viceversa. Algo parecido pasa con el sistema universitario, aunque en este caso la mayor autonomía universitaria americana le ofrece ventajas frente a la española.

Un caso práctico puede clarificar ese doble sistema. Un miembro español y americano de mi familia fue diagnosticado con cáncer con metástasis en marzo de 2015 en la Paz de Madrid, dándosele cita quirúrgica para mediados de septiembre por supuesta estabilización en lugar de admitir la razón real de lista de espera. Gracias a la amistad de un Premio Nobel, colega en Stanford, conseguimos cita in situ con el Director del Memorial Sloan Kettering Hospital en NY, quien dictó intervención inmediata o muerte. Mas su intervención era tan cara, que resultaba in-asumible tanto para nuestro sistema de Medicare americano y nuestros seguros público y privado españoles, como para nuestras prestaciones de jubilación y ahorro de toda la vida. Ante esta imposibilidad económica y el retraso obligado de atención del sistema público de España, sólo nos quedó la alternativa de nuestro seguro privado en la Clínica Quirón, donde en mayo empezó el tratamiento, guiados en parte por las recomendaciones oncológicas neoyorquinas. Cinco años después continúa el milagro médico, que en el sistema público español o americano hubiera sido truncado por una muerte segura.

Y me pregunto: ¿tan difícil es para EE.UU. y España, países ambos del Primer mundo, encontrar el justo medio cervantino entre los sistemas público y privado? No seré yo quien critique el confinamiento actual que expertos científicos y médicos marcan. Mas ¿aprenderemos esta vez a poner en marcha en USA y Spain un Health System en que medicinas pública y privada se complementen, para no pillarnos en el futuro de nuevo en coritos –como decimos en Las Salas– descubiertos por delante y por detrás, y en que podamos verazmente vanagloriarnos de su eficacia como Nº 1 real?
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