Imagen Juan María García Campal

Soy un novio de la vida

17/04/2019
 Actualizado a 16/09/2019
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El pasado 14 de abril, comenté en mi muro de Facebook: «Tengo tan idealizado el concepto de República que me dan pavor algunas personas que se dicen republicanas./ ¿No empieza también la República en nosotros mismos, en nuestros actos más que en nuestras proclamas?/ ¿Considerados los valores republicanos, pueden, a veces, parecerse tanto argumentos y actitudes a otras que se supone se quieren superar?/ ¿Es la República arma arrojadiza o ideal de Libertad, Igualdad y Fraternidad?» Los comentarios públicos recibidos fueron correctos y los contesté con aprecio. No así algunos de los recibidos por privado que, no llegando a la cualidad de tal, me vinieron –la pretendida ofensa, como el algodón, no engaña– a afianzar el criterio y a responderlos con elocuente y despreciativo silencio.

Quizá por erosión de la vida o, mejor, de sus tristes espectáculos, cada vez soy más isla. Cada día corto más con is(t)mos de grupo o partido cualquiera que dé por sentada –o en pie– la aceptación de toda su doctrina a fe ciega, sorda al sectarismo y muda para la crítica.

No, no es que esté padeciendo de licantropía esteparia, es que más me gusta ser volátil. No cometa, sino volar a mi aire, «libremente, con libre mente». O árbol (esto sé yo a quién le gustará) y levantar la copa en aéreo y vegetal brindis por la vida, hundir en la nutricia tierra las raíces y a ella abrazarme sin ansia de eternidad alguna, sino tan solo sabiéndome de ella, por ella acogido.

¿Por qué todo grupo o partido, por laico y agnóstico que se diga, acaba aplicando usos religiosos y o rindes amenes o eres condenado a las tinieblas exteriores? Como que uno no tuviera suficiente con las íntimas. Claro está que no todos los grupos son iguales; que todos son parecidos y criticables, pero no iguales. Así, realista, elegiré el llamado «mal menor».

¿Cómo, por ejemplo, entender como democráticos los cómplices silencios, las tibias condenas, ante los boicoteos vociferantes a la libertad de expresión del otro, sea este quien sea? ¡Ah, ley del embudo! Esa no es mi idea de democracia y libertad, menos de República, reino de la palabra y la razón.

Y no, no es que obvie o dé por aceptables los usos y abusos de la falaz, grosera y variopinta derecha; es que, parafraseando a Eduardo Galeano, a ese odioso hacer ya estoy acostumbrado. Mas eso no impide que me repugne toda igualación por lo rastrero. ¡Más altura!

Pero ya saben, acaso todas estas cosas sean porque soy un novio de la vida.

¡Buena semana hagamos, buena semana tengamos!
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