03/12/2017
 Actualizado a 11/09/2019
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Viajar es un estado de ánimo en el que impera la capacidad de sorpresa», escribió Luis Mateo Díez en el prólogo de ‘Ancares, Cervantes e Ibias’, una guía de viajes escrita por Miguel Yuma que recorre esas comarcas fascinantes que se reparten entre Galicia, Asturias y Castilla y León y que están completamente abandonadas por Galicia, por Asturias y por Castilla y León. La capacidad de sorpresa es, efectivamente, fundamental para los viajes, pero también lo es para la vida en general y para el periodismo en particular. Eso es lo que nos permite que cuando no llueve tengamos noticia y, cuando llueve, también. Pero conservar la capacidad de sorpresa no quiere decir, necesariamente, que puedas entender por sorpresa lo que te salga de los cojones, como por ejemplo que nieve y haga frío en diciembre. O, como por ejemplo, que aparezcan unos restos arqueológicos que hasta entonces permanecían conscientemente enterrados. Ha pasado en la Plaza del Grano de León, ese lugar digno de estudio en Teoría de la Comunicación Social, y pasó hace años con los restos de la ciudad de Lancia, que aparecían, a parte de en los libros de Historia, en todos los estudios informativos previos a la construcción de la autovía entre León y Valladolid. A pesar de ello, a pesar de que se ofrecían dos alternativas para el trazado, la decisión final fue la que pasaba por encima de lo que fueron los arrabales de la ciudad romana, pero cuando llegaron las máquinas se encontró la excusa perfecta para vendettas políticas, puñaladas electorales y, sobre todo, para destinar el dinero a otras obras. La más evidente prueba es que los restos que tienen verdadero valor están a pocos metros de allí, a salvo de la autovía y completamente abandonados. Por si fuera poco, cuando pasó el tiempo y el tablero político cambió de color, cuando llegó el dinero aunque fuera a cuentagotas, se han cargado sin contemplaciones los restos que años atrás sirvieron para paralizar la obra. El hallazgo que sí fue, en cambio, una grandísima sorpresa para la ciencia a nivel mundial fueron los restos que cinco aventureros leoneses se encontraron en 2006 en Arintero. Lo que en principio parecían más cadáveres de la Guerra Civil que, en lugar de en una politizada cuneta, habían terminado en una recóndita cueva, resultaron ser nada más y nada menos que dos esqueletos del Mesolítico que han permitido saber cómo eran los cazadores europeos y han aportado novedades respecto a lo que se pensaba que había representado la introducción de la agricultura en este continente. A pesar de ello, ninguna institución local, provincial, autonómica ni nacional ha aportado ayudas para la realización de un documental que da a conocer la importancia del hallazgo que, quizá, como ya han pasado 8.000 años, no se puede calificar de sorpresa. En los cursos de oratoria y de lenguaje corporal que reciben nuestros políticos les deberían enseñar también a poner cara de sorpresa, como ese compromiso en el que alguien te adelanta un cotilleo y te pide que pongas cara de que no lo sabías cuando te lo vuelvan a contar. Lo que no les han debido de enseñar hasta la fecha, porque no existen registros en los periódicos ni en los libros de Historia, es a sonrojarse. Eso sí que sería toda una sorpresa para el electorado.
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