30/10/2019
 Actualizado a 30/10/2019
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Hoy se me presenta escribir este cuasi faldón de opinión casi como un reto. No porque la realidad que comente sea especial, sino porque podría ser, de alguna manera, que llegue a ser este texto el primero o inaugural de una nueva época que espero y deseo duradera en mi vida y, cómo no, en la de quien ahora me lea. Pero, sobre todo, escribo sorprendido, muy sorprendido.

Escribo sorprendido de la desmemoria de tanto conciudadano que parece creer que con el descenso al sepulcro, allá en su día, del general superlativo advino milagrosamente la democracia. Muchos, sin duda, pueden errar por edad y deficiente educación, pero otros… ¡Ya les vale! ¿Dónde estarían, qué harían? ¿Reconvertirían su condición de demócratas orgánicos por la ‘de toda la vida’? Acaso, y quizá por ello hayan olvidado que, en verdad, el cortejo y posterior sepelio del dictador fueron los últimos fastos del régimen franquista.

Escribo sorprendido del desabrido empecinamiento de la parentela (no uso deudos y deudas porque no está claro a quién deben sus heredades) con su displicente aire, así como de estar por encima de los tres poderes del Estado, la consabida bandera, sus vítores y sus cínicas apelaciones a la libertad.

Escribo sorprendido de los saludos fascistas de los inconsolables viudos –¡señor, qué cruz!, mas qué saludos más clarificadores–, como lo hago por la presencia del octogenario exteniente coronel y exguardia civil Antonio Tejero, condenado en su día a 30 años de prisión por rebelión militar con agravante de reincidencia que –¡oh!, memoria!– sí se benefició del tercer grado y posterior libertad condicional y tal parece que sin arrepentimiento alguno. ¡Cuán generosa esta democracia, cuán magnánimo este Estado de Derecho!

Escribo sorprendido y dolorido por la nebulosa tibieza manifestada por los partidos de la derecha democrática. Pudo gustar o no el trámite de la reinhumación, puede criticarse o no, pero esa tibieza, esa falta de clara condena de lo que representó Franco y el franquismo… Ay, ese sí, pero no, ¡qué vieja y pesada losa!

Escribo sorprendido y apenado por la manifiesta incapacidad política de los independentistas catalanes para reconocer su fracaso y su triste opción por la violencia callejera. Ya no es solo un flaco favor al Estado de Derecho, lo es también a la noble idea de República. ¿Qué nombre darán a ese dictado de los menos sobre los más?

Y acabo sorprendido de haber superado el reto: he escrito este texto sin fumar un solo cigarro.

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos.
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