28/02/2023
 Actualizado a 28/02/2023
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El tiempo es relativo, lo demostró el brillante científico alemán Albert Einstein en su ‘Teoría de la relatividad general’ allá por 1915. Un segundo medido en un reloj por un observador, corresponde a menos de un segundo transcurrido por ejemplo en un coche que se mueve respecto de dicho observador que mide. Esto quiere decir que el tiempo es relativo al observador que lo mide, el observador influye en la realidad que observa.

A mí me gusta pensar que el Dr. Einstein demostró porqué cuando echo la vista atrás y me veo a mí misma en el 2000 empezando a trabajar, tan igual y tan distinta de la de ahora, me parece imposible que hayan pasado 23 años, pero por más que lo intento no encuentro a mi observador del coche, ese que tiene el reloj que relata mi vida en menos tiempo, menos tiempo consumido en entender que muchas personas que te rodean no se van a comportar de la manera que tú lo harías, que la verdad también es relativa en algunas ocasiones, que el tiempo no lo cura todo y que quien bien te quiere no te hace llorar.

Menos tiempo en aprender las mismas cosas, aunque no puedo decir que no hayan sido años llenos de experiencias que no cambiaría nunca porque, para bien o para mal (según el observador preguntado), me han hecho quien soy y básicamente porque no se puede y también he aprendido que se sufre mucho luchando imposibles. La condición humana hace que reneguemos cuando lo vivimos, lo añoremos cuando pasa y siempre estemos deseando un futuro y recordando un pasado sin entender que el único tiempo real es el presente, el hoy y el ahora, «hoy es siempre todavía, toda la vida es ahora» como escribió el poeta.

Lo que debería ser obligatorio es aprender, Sócrates dijo que la forma más grave de ignorancia no es la del que no sabe, sino la de quien carece de interés por aprender. Por eso me ofende con agravante de ignorancia elegida la afirmación tantas veces escuchada de «la peor compañera de una mujer es otra mujer», nunca la he entendido ni compartido y la experiencia de 23 años trabajados no me ha hecho cambiar de opinión, todo lo contrario, he encontrado en las mujeres compañeras cómplices de las dificultades añadidas por el hecho de ser mujeres, que no son pocas ni faltas de evidencia, mujeres de las que he aprendido y más recientemente mujeres a las que he tenido la oportunidad de enseñar, espero que con buen tino, lo que he podido aprender a lo largo de estos años y espero de corazón les sirva para afrontar los devenires de esta vida con más serenidad y acierto.

Seguro que, entre las lectoras y lectores de estas líneas, que no les falta mérito, todo sea dicho de paso, hay quienes piensan, ¿no te has encontrado malas compañeras?, por supuesto! De todo hay en botica, al igual que buenas y malas experiencias con compañeros hombres, solo reivindico que el motivo no es ser mujeres, lo achaco a las miserias humanas, que no son patrimonio de ningún sexo, suelen germinar en los miedos y las limitaciones y crecen en la cobardía de no enfrentarlos a tiempo, de no pedir ayuda ni saber decir no sé sin mover los cimientos de la autoestima y la seguridad, pero esto daría para otra tribuna.

Hoy quiero alzar la voz por mis compañeras, esas que me apoyan y a las que siempre apoyaré, esas que entienden por qué me hizo daño ese comentario que parecía inofensivo, que me acompañan en las derrotas y se alegran en las victorias, esas que cuando alguna dice que está mal todas paramos porque primero es lo importante y después lo urgente.

Tras 23 años trabajados en diferentes lugares y con gentes diversas tengo la fortuna de seguir aprendiendo y la suerte aún mayor de trabajar y conocer a mujeres valientes que dan sentido a esa palabra nueva en nuestro vocabulario, sororidad, que la rae define como: «Relación solidaria entre las mujeres, especialmente en la lucha por su empoderamiento» . Andrea, Carla, Cristina, Irene, Mónica y Yolanda, nuestras vidas laborales transcurrirán por caminos distintos desde ahora, pero lo aprendido y lo vivido en mi corazón será eterno. GRACIAS.
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