Sor Caridad, una centenaria en el monasterio de Carrizo

Atesora 81 años de una vida de clausura a la que llegó con vocación y gracias a que no tuvo que entregar la preceptiva dote de entonces

Elena F. Gordón (Ical)
04/01/2020
 Actualizado a 04/01/2020
Sor Caridad, hermana del Monasterio Cisterciense de Carrizo de la Ribera (León), celebra su 100 cumpleaños. | CARLOS S. CAMPILLO (ICAL)
Sor Caridad, hermana del Monasterio Cisterciense de Carrizo de la Ribera (León), celebra su 100 cumpleaños. | CARLOS S. CAMPILLO (ICAL)
A los 19 años, María Adoración Lorenzo Marcos, María ‘la gallega’, nacida en Villanueva de Carrizo (León) el 3 de enero de 1920, se convirtió en Sor María Caridad, cumpliendo así su deseo de ser monja del convento cisterciense trapense de la vecina localidad de Carrizo de la Ribera e iniciando una vida de recogimiento y oración a la que lleva dedicados 81 años. Este viernes celebró su centenario con el resto de religiosas y con su familia. Antes, quiso compartir con Ical una charla en la que derrochó simpatía y vitalidad y no escatimó anécdotas.

Desde pequeña tenía vocación pero su llegada al convento ocurrió de forma imprevista. “En mi pueblo no había parroquia y veníamos a las fiestas a Carrizo y mi afán era verlas… llevaban unas tocas tan planchadas... un tío que era albañil y hacía trabajos en el convento me hablaba de ellas y yo me iba encendiendo con más deseos de ser monja”, explica con fluidez.

La salida de una monja del monasterio, por motivos de salud, hizo que la comunidad buscase otra que la sustituyera. “Tenían que entregar una dote y yo no podía dar el sí, porque no teníamos con qué pagar, pero supimos que podría entrar sin ella, para ayudar y hacer los trabajos de la casa y se arreglaron las cosas”, detalla como si fuera ayer algo que ocurrió en 1939. Al hacerlo, dejó atrás la existencia de una joven que ayudaba en todo en el hogar y trabajaba en el campo y una infancia de la que recuerda muchas anécdotas.Comenta que con su padrastro la relación no era la mejor posible y se atribuye parte de la responsabilidad. “Yo era muy cabrita y le hacía rabiar; parece que me quería poco y yo le quería poco a él”, reconoce antes de detallar que desde pequeña era “muy alegre y muy bailarina, bailaba que me mataba”. Sobre si tuvo pretendientes antes de hacerse religiosa, sonríe antes de hablar con detalle al respecto. “Si le cuento que a los ocho años ya tuve novio… el primer día que fueron a clase unos chicos del otro pueblo, al acabar nos pusimos a hacer baile y uno bailaba muy bien y bailé con él y al terminar me dio un beso. Adiós salada. Hasta mañana, me dijo. ¡Virgen santísima, yo me moría de remordimiento!. Marché para casa: ¡Ay, mamá, ese chico que vino de Carrizo me dio un beso, me dio un beso en la frente!”, rememora entre risas y preguntada sobre si recuerda el nombre de chaval responde de inmeditato que se llamaba Pepe.De los años en las aulas asegura que se llevaba más de un varazo del maestro “porque era una juguetona; no solamente no estudiaba sino que no dejaba a las demás”. Afirma que de adolescente no fructificó ninguna posible relación. “Unos días unos, otros días otros… amistad formal no tuve con ninguno. Todos bailaban con todos y alguna temporada me acompañaba alguno hasta que llegaba a casa, pero así de amistad, para casar no”. De esa corta juventud vivida antes de entrar al monasterio también cuenta que como siempre le gustó mucho la música y fue cantarina una noche, que era la fiesta del pueblo y no la dejaron salir, la pasó entera en la ventana escuchando la orquesta del baile.Tomó los hábitos medio año después de ingresar como postulante y un año más tarde hizo la primera profesión para tres años después, “asentada y bien asentada; la profesión solemne, a cerrar la puerta para no salir más y nunca me dieron ganas de marchar”. Se convirtió en la religiosa número 39 de entonces en Carrizo -llegaron a ser medio centenar-; en la actualidad son 16 y cuentan con una postulante.Trabajadora incansable“Para mí la vida de trabajo ha sido mi vida. Parece como que nací para trabajar. Todavía ahora si no bajo a la cocina a hacer alguna cosa, parece como que no es mi vida. Sin trabajar no podría vivir. Siempre me ocupé de las tareas más humildes, cuidaba las vacas, amasaba el pan, atendía la cocina y la huerta. Me encantaba el coro pero muchas veces no podía ir”, añade. Ahora lamenta que haya días en los que no se lo permitan “y estar sentada me cunde tremendo. Para mí el trabajo es lo que me da vida y salud, aunque ahora ya tengo pocas fuerzas”, asevera y lo reafirma, alejada pero atenta a sus palabras, sor Guadalupe, quien dice que Caridad, a sus recién estrenados 100 años, “trabaja más de la cuenta, baja a la cocina a ayudar, pelar patatas, picar verduras, barrer, seca y recoge los cacharros y la misa no la pierde”.Salud de hierro“Casi diría que nunca he estado enferma… algún catarro. Hace poco me hicieron unos análisis generales y comentaron que ‘todo de lujo’, así que dije yo: “No me muero así como así”. Como excepción a una salud envidiable, un problema de visión obligó a ingresarla unos días en una clínica de León. “Me ponía peor allí, quieta todo el día yo decía: ‘Si no me mandan marchar, me muero aquí. Me trajeron y, la verdad, ajora tengo muchas energías”. Tiene buen apetito, todo le sienta bien y su comida favorita son las sopas de ajo.Los 260 kilómetros, aproximadamente, que separan Carrizo de la Ribera de la localidad cántabra de Cóbreces suponen el viaje más largo hecho por esta religiosa en su siglo de vida. Hasta allí se desplazó para aprender a elaborar quesos, dado que el monasterio que tiene su Orden en ese pueblo costero se dedica a su fabricación y venta, entre otras cosas.ClausuraLa regla del silencio no supuso para ella un esfuerzo. “Me enamoraba mucho el silencio y la oración, eso de pasar muchos ratos solina con el Señor era mi vida. Es la vocación que tenemos; es lo de todas”. La vida de clausura, dice, “ es dura, porque a todos nos gusta ver y viajar, pero es una gracia. Yo el día que entré sabía que se cerraba la puerta para siempre… aunque me ha tocado salir algunas veces”.Caridad habla con desparpajo hasta cuando aborda los temas más profundos. “Rezo muchas oraciones, la vida de la monja es para eso, para hacer oración y pedir por todos. Si no, ¿Qué haces aquí? ¡Ah, no, si no, eres un miembro inútil en la Iglesia! Nosotras estamos aquí para rezar por todos; por los que se dedican a llevar la Palabra de Dios, que su vida es dura… les tenemos que ayudar con nuestra oración y con ella les alcanzamos las gracias para que el Señor les ayude y les ilumine. Es nuestra vida”.

En el repaso a los momentos más tristes de su vida sitúa a la cabeza la muerte de su madre y de una tía a la que quería como tal. En el lado opuesto, apunta como más feliz “un día grande, porque hice la primera confesión, la Primera Comunión y después me hicieron Hija de María en una sociedad que había” y el de la toma de hábitos. “El día de la profesión, más todavía porque es cuando te das definitivamente al Señor”.

Se siente mimada por sus hermanas, con las que comparte una vocación cada vez menos frecuente. “Dicen que es una cosa general, porque el mundo arrastra mucho. A la juventud le gusta más las fiestas de fuera que el cantar del coro. Hay pocas vocaciones”, señala. Vota en las elecciones aunque no muestra interés por la política. “Me llega lo que cuentan, pero yo lo que puedo es rezar por todos, que es mi obligación. Después, que se entiendan, que si partido para acá, que si partido para allá. Yo voy a rezar por todos para que se unan y gobiernen España como Dios manda”.

Sor Caridad irradia bondad y sinceridad y aunque en principio prefería una celebración íntima de su 100 cumpleaños, no dudó -después de asistir a una misa concelebrada- en arrancarse a dar algún paso de baile y entonar villancicos y otros cánticos. “La familia tiene ilusión, aunque por mí lo pasaría dando gracias por lo recibido, en silencio y, como todos somos pecadores, yo también he tenido mis pisadas fuera de camino. Una buena confesión y una buena comunión y para mí estaba el día completo”, dijo antes de disfrutar de la compañía y la satisfacción de sus seres queridos.

“Yo le pido al año una santa muerte. Y pronto. Yo quiero marchar para el cielo”, dice resuelta después de señalar que “escribir todo, 100 años de vida, sería una historia bonita, aunque no tenga importancia lo que hagas tú, pero surgen y pasan tantas cosas en tantos años. En una vida larga hay de todo”, manifiesta y su energía permite vaticinar que el cielo que anhela… tendrá que esperar.
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