"Son personajes unidos por el miedo y la supervivencia"

Esther Álvarez, nieta de un enlace de la guerrila, presenta este jueves en la Fundación Sierra Pambley su novela ‘Tinta de limón’, en la que un fusilado y olvidado en las cunetas habla en primera persona desde su tumba, "pero no he querido engrandecer sus historias, contadas sin pretensiones épicas"

Fulgencio Fernández
30/05/2019
 Actualizado a 11/09/2019
La autora Esther Álvarez.
La autora Esther Álvarez.
Esther Álvarez es nieta de un colaborador de la guerrilla, que operaba en los montes de Abegondo. Había sido concejal de la Segunda República y fue  sometido a un consejo de guerra en 1952. Él fue quien le contó muchas historias de los huidos, de los fusilados, de quienes aún permanecen en las cunetas.

Muchas de esas historias, la memoria histórica, las has llevado hasta la novela que hoy presenta en León, 'Tinta de limón', pero «con un punto de vista diferente. De hecho el protagonista, Fidel Dopico, asesinado en 1946, habla desde su sepultura, desde la cuneta en la que está enterrado con otros cuatro compañeros que fueron asesinados».

Señala la novelista coruñesa que su otra familia, la paterna, es conservadora y eso le ha servido siempre para afrontar el tema de la memoria histórica con una mirada abierta. De hecho, explica, «aunque recupero las historias y personajes de los que me hablaba mi abuelo materno, me he esforzado en no engrandecerlos, en mostrarlos tal y como eran, sin pretensiones épicas. Apenas tienen convicciones políticas, y los pocos idearios que conservan se aglutinan en dos: derrocar al franquismo y restablecer el estado de libertades».

Por las páginas de 'Tinta de limón' desfilan personajes, en algún caso, analfabetos, «que están unidos por el vínculo del miedo, de la supervivencia, de la necesidad de huir del azote de la represión. Y es que la heroicidad jamás acompañó a aquellos ‘fugitivos’, cuya actitud era sobre todo defensiva, no ofensiva, y que más que provocar encuentros, los esquivaban con los escasos medios que tenían». Cree Álvarez que su escasa politización anterior en muchos casos, se evidencia en que «el abuelo me decía que la mayoría de ellos adquirieron convicciones políticas a posteriori, en el monte, impulsados por el odio que sentían hacia un régimen que, autoproclamado fuente de ley, perseguía, mataba o torturaba a compañeros y familiares».

Para la escritora la parte más realista de la novela es el lugar desde el que Fidel Dopico Moldón narra sus vivencias. «Lo hace bajo tierra, desde el mismo lugar donde, el gobierno de Franco y los que le sucedieron, decidieron ocultar parte de nuestra historia: enterrada en los libros de texto pues aún hoy en el 40% de ellos se utiliza el término  ‘alzamiento’ en vez de golpe de estado, o ‘generalísimo’ en vez de dictador;y también en la literatura, en los medios de comunicación, en las crónicas históricas o en cualquier tipo de manifestación artística».

Por ello, Esther Álvarez señala que es evidente que la gestión de la memoria histórica compete al historiador, «pero creo que la narrativa también puede ser una potente herramienta con la que despertar la curiosidad por conocer hechos históricos ignorados, adulterados o silenciados. Escuchar vivencias personales, aunque sea a través de la ficción, dan carne a las crónicas, a los datos, y todos sabemos que la subjetividad es más conmovedora».
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