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Soluciones hidroalcohólicas

28/06/2020
 Actualizado a 28/06/2020
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A algunos les sonará a pyme de éxito, de las que invierten en I+D, y a otros a grupo chungazo tipo Derribos Arias, pero nada de eso. Soluciones hidroalcohólicas es en realidad el nombre de mi obsesión más reciente. Rezo para ser bienvenido con ellas a la entrada de tiendas y locales, benditas soluciones. Porque cuando te encuentras otra cosa dan ganas de matar a alguien. No me fastidies. Ya me ha pasado varias veces, y no cuentan las del Zara (donde ponen un dispensador automático que suelta el chorrete cuando el sensor te detecta, pero echa más de la cuenta y deja el suelo entafarrado a tope; aunque al menos es lo que prometen).

Me ha pasado que me he topado varias veces con productos higienizantes de baratillo, de los cuales lo desconfío todo de su poder desinfectante, pero cuya peor cualidad es ¡que huelen y persisten! Que no se quita el olor de las manos en horas, muchas horas. Da igual con qué las laves luego. Y es cuando me dan ganas de llamar a Sanidad o a alguien. Suelen ser productos de colores rosáceos o verdeazulados. El primero que me trastornó fue uno verde musgo que parecía la gelatina aquella de los ambientadores. Servidor toda la vida luchando contra los ambientadores domésticos y van y le ponen el bote a traición y se frota a conciencia con crema de ambientador, justo antes de ir a comerse un croissant con la mano. ¡¡Maldición!!

Es verdad que hay alternativas aceptadas a las mezclas con alcohol, pero me da que más bien lo que yo he visto son las brillantes ideas de algún avispado sin escrúpulos que ante la escasez ha etiquetado engañosamente cualquier cosa. Porque es que además, sospechosamente, tardan muchísimo más en evaporarse, seguramente porque el porcentaje de alcohol es bajísimo. Para eso casi mejor lavarse las manos con anticongelante de coche, que diría el amigo americano. Es como si te ofrezco gomina y te doy pasta de dientes. O peor: es como si quieres pasta de dientes y te doy jabón de lagarto. Y no tengo nada en contra del jabón de lagarto. Que más valía…

Lo peor de todo es que me obligan a cuestionar el protocolo. Porque cuando entro a una tienda ya no procedo automáticamente a limpiarme las manos con el producto. Antes pregunto «¿no es de los que huelen no?» y en ese valioso tiempo se pueden abrir ventanas de oportunidad para el virus. Aunque merece la pena el detenimiento, porque basta que no pregunte y querrá Murphy que me vuelva a tocar el apestoso jugo. La última, justo antes de revisar esta columna en una estación de servicio de la A6.
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