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Solsticio de poetas en Kerry

25/06/2018
 Actualizado a 09/09/2019
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Un año después, para celebrar el solsticio de verano, he vuelto a Irlanda. Escribo desde el condado de Kerry, el condado del reino, muy al sur del país, y, por supuesto, al oeste. Kerry es un territorio distinto. El condado más peculiar de esta isla y el lugar de la poesía indestructible. Mi amigo Paddy Bushe, el poeta de Amergin, que lleva más de cuarenta años en estas costas (se construyó una casa mirando al Atlántico), organizó en esta ocasión un encuentro memorable. Una reunión de poetas y músicos para celebrar el solsticio, y para recordar también el día en que el druida de los Milesios puso pie en Irlanda, tras navegar peligrosamente desde las costas de Galicia, en esta misma bahía de la península de Íveragh. Así lo dice el mito. No es necesario saber si ocurrió realmente. Basta nombrarlo para que exista. Y en estos días luminosos de Kerry, todo lo que ha sucedido aquí es absolutamente verdadero y cierto. Empezando, claro está, por la infinita generosidad de estos dos animadores culturales sin competencia posible, Paddy Bushe y Fiona de Buis.

Escribo desde el Hotel Lakelands, solitario en medio de la arboleda, contemplando los montes redondeados de Caherdaniel, camino de Derrynane. Derrynane es el lugar de la casa familiar de Daniel O’Connell, uno de los prohombres de este país. A mis espaldas, el lago Currane. Este fue uno de los lugares en los que comenzó la instalación del primer cable marítimo entre Europa y América. Un pequeño museo en la isla de Valentia, a pocos kilómetros de aquí, recuerda aquellas proezas tecnológicas que cambiaron el mundo de las comunicaciones y la economía de la zona. El lago Currane despierta a estas horas con un color azul intenso y la presencia de algún faisán salvaje. Los lugareños pescan en barcas que también alquilan de vez en cuando a los turistas. Paddy Bushe, que conoce el entorno como la palma de su mano (el ‘trekking’ es ahora una de sus actividades favoritas, incluyendo, por supuesto, Nepal), asegura que la pesca aquí ya no es lo que era. Pero el patrón de Lakelands afirma que en un buen día uno puede volver con dos o tres salmones a casa. Charlie Chaplin fue, quizás, el más famoso pescador en el Currane. No el único, desde luego, pero sí el que más se recuerda. Después de algunas visitas (también era un asiduo al Hotel Formentor en Mallorca, o, al menos, allí estuvo alguna vez), Waterville lo adoptó como un famoso propio. Y le puso una estatua en la marina. Es la atracción principal para los autobuses de visitantes que vienen de Inglaterra. Pero para mí, con todo el respeto a Chaplin, los encantos de esta bahía van mucho más allá de su estatua de bronce. Chaplin fue un turista accidental en Kerry. Las montañas y el espíritu de Amergin, permanecen.

En este hotel al lado del Currane me hospedo junto a grandes amigos que acuden a la llamada de Paddy Bushe. Antonio de Toro, colega académico, el músico Carlos Núñez, que se pasea con su gorra de béisbol, y el escritor Manuel Rivas. Sólo es parte de la compañía, porque un buen número de los poetas irlandeses que Bushe ha citado en Waterville para esta asombrosa ocasión están también aquí. Otra buena amiga, Lorna Shaughnessy, nacida en Belfast, pero profesora en la universidad de Galway, ha venido a ayudar a Rivas con su presentación y a leer sus propios poemas. Lorna es su traductora al inglés, pero es también una poeta de altura. Tiene ya en marcha la versión inglesa el último libro del gallego: de él leyó el sábado algunos poemas en un ambiente espectacular. Lorna se mueve, con su dinamismo incorregible y su perfecto español, entre nosotros. Es capaz de atender mil asuntos a la vez, y, al tiempo, ofrecer la más hermosa visión de las cosas en apenas unas pocas frases perfectas y limpias.

El Hotel Lakelands, al lado del Currane, se ha convertido durante estos cuatro días en todo un centro literario. Rosa, la camarera española, una joven estudiante que desborda amabilidad, está encantada con esta explosión artística. Rivas es su favorito y él le deja un libro de recuerdo. Carlos Núñez, que ofreció el primer día del festival una de sus actuaciones inolvidables, poniendo a bailar a casi doscientas personas una melodía bretona, se tiene que marchar: un artesano, constructor de instrumentos musicales, le va a atender por fin en Londres. Carlos Núñez cuida hasta el extremo el aspecto artesanal de su música. Conoce los instrumentos como si fueran hijos propios. En realidad, lo son. Las pasiones musicales que ha desatado aquí estos días con su energía contagiosa son incontables. Y al violín, la gran Màire Breatnach, cuya carrera musical comenzó en Limerick. Un lujo indiscutible.

Como en aquella noche en la que nació Frankenstein, hace ahora doscientos años, en Villa Diodati, la casa de Lord Byron junto al lago de Ginebra, aquí estamos nosotros. Reunidos por Paddy Bushe, no para construir una historia gótica, sino para escuchar música y llevar a cabo un tributo a Amergin, el poeta que, según la leyenda y los manuscritos, llegó desde las costas españolas a este frente marítimo de las islas Skellig (que se observan al fondo) y nos convirtió en parientes de los irlandeses para siempre.

Las referencias al mar como elemento de unión, a la importancia del viaje como encuentro entre culturas, son continuas aquí. En un tiempo gris en el que crece la intolerancia y la exclusión, en el que los muros parecen ganarle la batalla a las puertas abiertas, esta reunión del solsticio, aquí, en Waterville, reivindica el espíritu de libertad en nombre de los poetas. Es el movimiento contrario a lo que ofrece hoy el brutalismo político, que prefiere alimentarse de la carroña del odio. Estos días azules (y este sol de la infancia) en Waterville nos traen una lección de tolerancia y respeto por la naturaleza. La Invocación de Amergin, traducida y celebrada por Paddy Bushe, pero también por otros muchos, es un ejemplo de esa unión íntima del ser humano con los elementos naturales, con la flora y la fauna. La canción de Amergin es, sin duda, radicalmente contemporánea.

Me he acostumbrado a charlar con Manuel Rivas durante el desayuno. Hablamos de todo. Europa, Galicia, la nueva política, los males globales, la literatura pasada y presente. Salen nombres de escritores injustamente olvidados. Su mujer, Isabel, con una de las muñecas enyesadas después de una caída, acompañó al poeta caminando siete horas hasta Derrynane. Hoy, hablamos de la magnífica energía positiva que se respira aquí. Las palabras de maestros que, como Rivas, trajeron estos días un canto de libertad y esperanza. Sería imposible citar a todos los participantes en esta singular reunión de poetas. Lamenté de veras que Bernard O’Donoghue, durante tantos años profesor de literatura medieval en Oxford, ahora retirado, no pudiera acudir. Es un viejo amigo, un excelente poeta. Sí lo hizo Theo Dorgan, poeta del mar como pocos. Gran navegante, que ha anclado su barco en Muros y en toda Grecia numerosas veces. La incomparable Paula Meehan, mi buena amiga Geraldine Mitchell, del condado de Mayo… que vivió varios años en España, y la aún tan joven Leanne O’Sullivan. Y, entre todos, la figura extraordinaria de Michael Longley, poeta fundacional, recuerdo de los años de oro en compañía de Seamus Heaney y Derek Mahon. Todos hemos recordado a Heaney, que ya nos dejó, el extraordinario premio Nobel. Y su viuda, Marie Heaney, también ha estado aquí, en esta reunión junto al lago de Waterville. Jovial y alegre como siempre, gran amante de León y de Asturias, donde su hermana vive desde hace muchos años, cerca de Piedras Blancas. Hace apenas unas fechas me reuní con ellas en un breve homenaje a Heaney en Compostela. Pat Boran y el poeta en irlandés Cathal o’Searcaigh también estuvieron aquí. Y muchos más que quedan en el tintero.

Así que ya es hora de decir adiós. Adiós al lago Currane. Adiós a este solsticio de verano en Kerry que nos trajo la voz de Amergin, el sol improbable pero cierto, la amistad verdadera: sobre la bahía que unió a España con Irlanda y que nos une de nuevo ahora, en gozosa celebración a través de los tiempos.
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