22/01/2020
 Actualizado a 22/01/2020
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La soledad, aunque el diccionario la define primero como «carencia voluntaria o involuntaria de compañía», no es, ni en el caso de que obedezca a la voluntad de la persona solitaria, circunstancia social muy apreciada, pudiendo uno llegar a oír e incluso a leer que «una de las dolencias que más afectan al hombre de nuestro tiempo y que se ha convertido en un problema siquiátrico es la soledad».

No cuestionaré la desestimación por educación y costumbre social de la soledad como estado personal, ni diré que aun por voluntad sea fácil hacerse a ella –tampoco lo es hacer el camino de Santiago o subir al Pico Yordas– y conozco personas que sufren angustiadas por vivir en soledad involuntaria.

Por eso he leído con atención el clarificador artículo de Javier Yanguas, Amaya Cilvetti y Cristina Segura, del programa de Personas Mayores de ‘la Caixa’, sobre «¿A quiénes afecta la soledad y el aislamiento social?» disponible en la red.

Digo clarificador, pues enseña cómo «tanto los sentimientos de soledad como el riesgo de aislamiento social crecen con la edad y son más frecuentes en hombres y en personas con menor nivel de estudios» o que, lo que sí me parece más alarmante que en el tramo de edad comprendido entre los 20 y 39 años el 26,5 por ciento de mujeres y el 27 de hombres sufren de soledad social, porcentaje que desciende hasta el 26,1 en mujeres y se eleva hasta el 42,7% en hombres cuando se trata de soledad emocional. Algo, sin duda, estamos haciendo mal. Estimo que estas jóvenes soledades tienen mucho que ver con las circunstancias económicas creadas, con los derechos arrebatados, con la inseguridad laboral que impide la autoestima y fortaleza precisas como para atreverse a soñar y perseguir un futuro mínimamente confiable. No deberíamos resignarnos a tal estado de cosas. Por nosotros, por ellos.

Ahora, si hay una soledad que no solo me llega a conmover y entristecer sino incluso a irritar es la de esas personas o personajes que en comunidad se comportan sin la más mínima urbanidad –¿sigue existiendo?– y te meten el codo en la cola o son incapaces de ceder el paso, ya no digamos el asiento en el autobús o –los ignotos que ya me irritan– no se privan de subrayar los libros de las bibliotecas públicas a bolígrafo o a lápiz del que obvian que es borrable. Esos que viven en sociedad pero sin aprecio o respeto alguno hacia los demás, tal y como si estuvieran y habitaran solo ellos, y de uno en uno, el mundo.

O acaso todo sea que envejezco.

¡Salud!, y buena semana hagan y tengan.
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