Sofía Casanova, historia de una guerra

Nuestras acciones hablan de lo que somos y Sofía habló tendiendo su mano a los que más lo necesitaban, sin importar bandos

Pedro José Villanueva
29/01/2017
 Actualizado a 18/09/2019
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Un viento gélido sacude la ventana del cuarto de Sofía en Poznan (Polonia). Sus 98 años no han sido de primaveras sino de inviernos fríos de hombre contra hombre, de guerras sin memoria: Primera Gran guerra, Revolución Rusa, Alzamiento y Guerra Civil Española, Segunda Guerra Mundial...estos han sido sus compañeros de viaje en primera línea de batalla, alternando su dedicación de enfermera de moribundos con sus escritos de primera mujer española reportera de guerra. Uno de ellos, publicado en el ABC en 1916 narra como la llegada de heridos al hospital de campaña era más intenso que otras ocasiones. Describe Sofía «¡Que espantosa arma!...salí enferma del hospital...abrasados los labios, hinchada la garganta...arrojaban sangre por la boca....»

Ellas, enfermeras de la Cruz Roja, también sufrieron esos síntomas sin saber que sucedía, todo por amor a lo humano, por sensibilidad y servicio a los demás: «Y muchos han muerto en los hospitales. En los fosos quedaron muchísimos; dícese que una división. Y más hubieran sido de no cambiar, durante la operación, el aire, que hizo retroceder la nube densa, amarilla, rastrera...» Era el gas mostaza, la maldad de los hombres germina bien en sus mentes cuando de una guerra se trata.

El 16 de enero de 1958, Sofía Casanova navegaba entre los velos de la muerte, moría abandonada ese día, en la indigencia, en tierras polacas. El breve artículo de 25 de enero en ABC se hace eco de la triste noticia: «Ha muerto Sofía Casanova». Años antes, Sofía encontraba a  soldados españoles de la División Azul, muertos de frío y de hambre en las calles de Varsovia. Fueron atendidos por ella y su familia en su casa, dentro de las dificultades propias de la guerra, pero no faltó un plato de sopa caliente y palabras en español para templar el ánimo de los derrotados soldados. Estos a su vuelta a España,  pedían ayuda para Sofía: «Un aliento de solidaridad hacia nuestra compatriota residente en Polonia» rezaba el titular de prensa en 1944.

Ser madre de cuatro hijas fue su desdicha. Su marido Wincently Lutoslawski, diplomático y  filósofo, filósofo solo de letras que no de vida, las abandonó al ser más importante para él buscar descendencia masculina para su apellido, buscar un salvador «para la herida Polonia» decía. Para ello buscó compañía de otras mujeres, desdeñando la luz de Sofía, esposa entregada y devota. Pero ella nunca sucumbió a la vida, fue más fuerte que su destino, estuvo por encima de lo humano rozando lo divino. Nunca nada dijo de su marido, nada dejó escrito de sus penas.

Su poesía es canto de vida, bella desconocida de sentimientos encontrados, esperanza justa de ocasiones perdidas. Cada vuelta a su tierra gallega era una bocanada de aire  para componer sus obras.  Acompañada de su asistenta Pepa, tan gallega como ella, amiga y compañera de viajes. Juntas lloraron la muerte de su madre y la de su hija entre otras, juntas se abrazaron viendo arder su piso en  Polonia, donde sus recuerdos y escritos se perdieron en cenizas llevadas al cielo, aún hoy las estrellas titilan sus poseías en las noches de invierno entre  nubes. «Cada beso lleva escrito nuestro deseo, anhelo y vivencia. Nuestros besos son huella de lo leído», por eso Sofía escribió poesía, quiso ser beso y no vida olvidada. Quiso que cada instante de su memoria fuese escrito.

Su paso por la corte de Alfonso XII, sus conversaciones con Tolstoi, Marie Curie, Ramón y Cajal, el poeta Shaw. Todo su bagaje quedó impreso en papel  de poesía, narrativa y teatro: «Fugaces», «El Doctor Wolski», «La Revolución Rusa», «De la Guerra», la primera traducción de «Quo Vadis» al castellano, para la Editorial Saturnino Calleja y un largo etcétera que le valió su nominación al Nobel de Literatura.

El tiempo no ha logrado borrar el valor de Sofía Casanova, ha conseguido dejar escrito su pensamiento burlando al olvido.

Nuestras acciones hablan de lo que somos y Sofía habló tendiendo su mano a los que más lo necesitaban, sin importar bandos, si alemanes, rusos o polacos. Eran niños que en el dolor llamaban a sus madres en diferentes lenguas, Sofía estuvo a su lado, no los dejó solos. Lo dejó escrito en letras sobre el blanco del papel y lo hizo llegar a España para que nadie fuese ajeno a esa verdad, sus crónicas de guerra publicadas  son su testimonio.  No dejemos nosotros de recordar a Sofía Casanova, no dejemos que el olvido sea mejor que nosotros. Gracias Sofía.
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