01/10/2020
 Actualizado a 01/10/2020
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Ya han pasado dos semanas desde que los alumnos han vuelto a las aulas. Este año el inicio de curso no era normal. La pandemia nos amenazaba con un alud de emociones después de seis meses con los escolares en casa. Los alumnos y sus familias, incluso los profesores, estaban sumidos en un mar de dudas sobre cómo se reanudarían las clases, si habría horas de apoyo o recuperación, si permanecerían las actividades extraescolares, cuáles serían los protocolos para entrar o salir y para moverse por el colegio o instituto, si toda la enseñanza sería presencial o para algunos sería ‘online’. Muchos interrogantes, pero la principal preocupación sería cómo se evitarían los contagios. A esto hay que añadir el miedo y la ansiedad porque los niños han estado desconectados de las rutinas de la escuela, de sus compañeros y sus profesores durante mucho tiempo y les costaría más retomar los hábitos escolares.

A las dificultades por la situación de pandemia de la covid-19 la respuesta de las autoridades políticas y educativas era inamovible: «el tren que no se va parar». Los psicólogos, educadores y pediatras defienden que los niños necesitan socializarse y entrar en contacto con otros niños y con los profesores para que progresen en sus capacidades psicomotrices, en sus habilidades físicas, en su comunicación oral y escrita y en empatía, autoconfianza, curiosidad o imaginación. Era necesario e imprescindible que los padres vencieran el miedo y las emociones para ayudar a los hijos a superar sus inseguridades sobre el inicio del curso y así sería más fácil entrar la rutina y hábitos escolares porque el coronavirus no sabemos cuándo se irá y tenemos que acostumbrarnos a vivir con el temor y la mascarilla y «hacer normal la anormalidad».

Y llegamos al primer día de vuelta al cole. Los niños estaban atosigados de avisos y consejos. A los no tan niños de educación secundaria sus padres tratan de convencerlos de que no sabemos qué va a ocurrir, que hay que convivir con esa incertidumbre, pero en todo caso deben ser cuidadosos y prudentes. Y ya en el centro escolar el equipo directivo y los tutores tratarían «con mucha paciencia» de ser unánimes en las pautas a seguir: Darles una información adaptada a cada curso y grupo, responder a sus preguntas e inquietudes, vencer sus reticencias o quitar sus miedos, insistirles en las medidas de prevención y las normas o protocolos de cada grupo, reducir los contactos sociales que no sean absolutamente necesarios, planificar las entradas y salidas adaptando los horarios. Todo un trabajo de enanos del que se pueden sentir orgullosos los profesores.

Hoy, primer día de octubre, me gustaría opinar sobre lo que ha ocurrido en los primeros quince días de este curso tan especial. Me basaré en lo que chatean los alumnos en los Whatsapp, en lo poco que he visto yo y, sobre todo, en lo que comentan mis compañeros profesores. Como no podía creer todas las bondades que me decían, he salido yo a comprobarlo en las entradas y salidas de grandes colegios e institutos. Desde la ingenuidad de los pequeños tapados por las mascarillas y acompañados por sus padres a la seriedad de los mayores cumpliendo los protocolos, confieso que estoy impresionado por el excelente comportamiento de los alumnos. Realmente impresionante y muy superior a lo esperado. He pasado más de cuarenta años viendo las entradas y salidas de mis alumnos del instituto y no hay ningún parecido a las actuales. Se ha ganado en seriedad, organización y orden, pero se ha perdido mucha alegría, vivacidad, animación, entusiasmo, optimismo y jovialidad. Es evidente que hay más seguridad, pero menos ‘chispa’.

Me comentan los compañeros que en las aulas de ESO y bachillerato la transformación es total. Cuento con la información de muchos profesores y de centros muy variados. Me aseguran que cuando ellos entran en el aula los alumnos están ‘todos’ sentados y con la mascarilla bien colocada. Durante la clase no es necesario llamar la atención a casi nadie. Salen de acuerdo con el orden establecido y sin prisas. Ninguna aglomeración en los pasillos. Poco ruido. Esto no es una transformación, es casi un milagro. Da la impresión de que con el coronavirus ha mejorado su comportamiento. ¿A qué se debe este cambio? Podría ser la suma de muchos factores. Los alumnos venían muy concienciados con lo que se iban a encontrar en sus centros, los padres les han repetido hasta la saciedad lo que deben hacer, los profesores les han ‘cosido’ a protocolos y normas. Están como anestesiados por tantas advertencias y por el miedo a llevar el contagio a sus casas. Me aseguran sus profesores que están sorprendidos por este excelente comportamiento de sus alumnos a pesar de que el ambiente es triste, les han quitado las clases de refuerzo y, lo que es peor, se han suprimido todas las actividades extraescolares que venían a ser su único desahogo a lo largo del curso. Pero de las extraescolares hablaré en las próximas semanas.

Ahora tenemos la esperanza de que los rebrotes sean pocos y nunca lleguen a obligar de nuevo el cierre de centros y, por supuesto, deseamos felicitar a los claustros de profesores por su buen hacer en la organización de este curso tan complicado. Y es ‘de ley’ que otorguemos a nuestros alumnos la mejor calificación por su exquisito complimiento de las normas. Seguid así, por favor. Os habéis ganado merecidamente este ‘sobresaliente’.
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