Sobre ‘Tiempo escrito’ de Antonio Merayo

Por Venancio Iglesias Martín

28/04/2021
 Actualizado a 28/04/2021
El escritor Antonio Merayo.
El escritor Antonio Merayo.
Hasta qué punto las redes sociales han puesto en peligro la escritura manual (pero manual de verdad) que no sentimos la gana de acudir al buzón de verdad-verdad, y no a ese «buzón» de mentiras que está en el ordenador?

Un viernes, cuando volvía de mi rehabilitación, hice una parada en mi buzón de verdad, que está a la entrada de la urbanización, y me encontré con ‘Tiempo escrito’. Lo leí atragantadamente, como NO se lo recomendaba a mis alumnos. Pero no lo podía dejar. Esta «novela aforística» me ha llegado a esa parte del cuerpo que se llama alma.  

'En aquel tiempo azul' vi reflejada mi infancia, a pesar del pueblo bronco, minero en que me crié. Tengo un cuadro de Brosio del entierro de algunos mineros, y eso ensombrece mi infancia. Un pueblo acostumbrado a la muerte. Mi padre y dos de mis hermanos trabajaron en la mina.  ¡Poetizar la infancia cuando se vive en un pueblo de cerezas!… Un día mi hermano y yo nos pusimos a contar cantinas, y salían veintidós en un pueblo que contaba, por aquellos tiempos, con dos mil habitantes y teníamos que buscar la enciclopedia en Cistierna. Así, mi hermano Chema plagió unos versos atribuidos a no sé qué ciudad:

Olleros, villa borracha y fría
Con más de veinte tabernas
Y NI una sola librería.

Pero guardo un inmenso cariño por Olleros y sus gentes; y esto es el lazo de unión por el que me siento identificado con la visión feliz que propone Antonio de la infancia. Por eso solo hallo que su poesía es «feliz» en todos los sentidos, porque encuentra el punto de universalidad por el que suspiran los mejores. ¡Enhorabuena!

‘Tiempo escrito’. Para comprender este libro hace falta alcanzar la tensión espiritual de la «novela» en cada uno de sus mini-capítulos. Bastará experimentar lo que un espíritu sensible, como el de Antonio Merayo, experimentó en cada una de las miles de encrucijadas de su alma que son sus capítulos. «Novela aforística coral en la que el lector es el personaje principal» es lo dice en el envés de la portada. Nueva y original definición de la novela. Requerimiento explícito a la participación del lector sin cuya lectura nada tiene sentido. Esta es la novedad. ¡La responsabilidad del lector!

Antonio es lento escribiendo y pide lectores lentos y ávidos. ¿Ávidos? ¿No existe una contradicción terminológica?  

La avidez no se opone a la reflexión. Hace falta una concentración muy especial para leer a Antonio Merayo; posiblemente la misma que él tuvo al escribir estos preciosos aforismos. En ‘El arte de la prudencia’ B. Gracián (adaptación J. Ignacio Díez) propone la conocida sentencia que es la base de todo conceptismo. «Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y lo malo, si breve, no tan malo». La fragilidad de esos aforismos que, adelgazándolos, casi se convierten en máximas, necesitan de una atenta y auténtica reflexión… ¡Ah! ¡Cada cual la suya! En eso consiste la reflexión del «personaje principal». Es decir: del lector.

La llamada al hombre es una de las constantes de Antonio. Por eso el recurso al aforismo, concentrado y conceptista, le viene pintiparado. En estos tiempos de best-sellers, de novelas hinchadas artificialmente el recurso al aforismo es un hallazgo de incalculable valor. ¡Atención! Como lo hace Antonio.

«Leyó flores con espinas y, pese al cuidado que puso, alguna se le quedó clavada en la memoria». ¿De qué me habla el estoicismo de este filósofo encubierto? «Filosofar es polemizar»-dice don Gustavo Bueno. ¿Qué sutileza llevan dentro estos aforismos-sentencias-máximas que nos conducen a un acuerdo íntimo, instantáneo con el autor? ¿Qué nos lleva al consentimiento y entrega sin reparar en los presupuestos lógicos del autor?  

La ley con la que Antonio trabaja procede de la poesía nostálgica de ‘En aquel tiempo azul’. La nostalgia, como la herida de Filoctetes, es un mal incurable y procede de un gran amor por el solar del padre.  ¿Qué hacer con un corazón verdaderamente sufriente? ¿Es cuestión de matemáticas? ¿Consolarlo con simplezas como: «¡no sufras, cariño; la vida es así de cruel!»? De ahí brota el acuerdo de la poesía con los aforismos de Antonio Merayo.  

«Algunos escritores no dicen nada pero sugieren mucho; otros dicen mucho pero no sugieren nada. Yo me quedo con los que dicen mucho pero sugieren más». ¿Es casual que Antonio, dos aforismos más abajo, cite al Quijote que es nostalgia y melancolía pura?

Continúa pues, con tu «agua de buen manantial». Yo continuaré leyendo tus preciosos aforismos para darme cuenta de la profundidad de tu trato pues, como dice Yorgos Seferis, «si el alma quiere conocerse, en otra alma debe mirarse».  Sé bendito.

Venancio Iglesias Martín es docente y escritor.
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