Sobre llamarse Samuel Rubio

Por Fernando Javier Carmona Arana

Fernando Javier Carmona Arana
19/07/2020
 Actualizado a 19/07/2020
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Si yo me llamara Samuel Rubio y no fuera ‘Samuel Rubio’ intentaría esclarecer la situación y no aprovechar las circumstancias que genera la confusión para mis intereses particulares. Eso en primer lugar.

En segundo lugar, el ya fallecido Samuel Rubio Calzón fue un eminente musicólogo y organista, que era, además de monje agustino, leonés. Por otro lado, se presenta Samuel Rubio Álvarez organista emérito de la Catedral de León, que también algo tendrá que ver con el clero cuando recibe el tratamiento de M. I. Sr. D. Samuel Rubio Álvarez. Resulta que al emérito organista no le agrada la forma en que se ha elegido al nuevo organista porque aquello del «concurso de méritos» parece que va contra natura.

Desde que existen las capillas musicales en el seno de la Iglesia, ha habido varios sistemas para elegir a los organistas, además de a los otros cargos musicales. Una de ellas era un oposición en la que se presentaban varios aspirantes, otra era un concurso de méritos al uso, otra incluso consistía en la designación directa de una persona. En todos los casos el ser sacerdote era muy apreciado, cuando no obligatorio.

Ahora bien, en estos tiempos D. Samuel Rubio Álvarez siembra en el seno de la institución eclesiástica –a la que él mismo pertenece– la triste sombra de la duda, tildándola de retrógrada por el método con el que se ha elegido al nuevo organista, porque no está acorde con los tiempos que corren. Sin embargo, a él le parece del todo acertado esgrimir el argumento de que una persona con una morfología asimétrica en las manos es del todo inepta para «tañer el órgano» de la Catedral de León (de la marca Ferrari, según algunos entendidos defensores de la causa) y eso sí es moderno, decoroso y conforme con los tiempos actuales. Que no sé preocupe nadie, no seré yo quien opine sobre las palabras de D. Samuel Rubio Álvarez.

Por el contrario, y muy a diferencia de él, yo he tenido contacto profesional con D. Francisco Javier Jiménez Martínez, ambos en calidad de músicos profesionales en varias ocasiones. La primera vez tuvo lugar cuando visitamos un órgano en una iglesia de la ciudad de Granada junto con mis alumnos de la asignatura de Acústica y Organología. Tras las explicaciones del organero que había construido tal instrumento, Francisco Javier Jiménez Martínez comenzó a tocar obras de Correa de Arauxo y de Buxtehude, entre otros insignes compositores del repertorio de Órgano. Al cabo de un rato, una alumna de 6º de EE.PP. de Piano se percató maravillada de la singular morfología de la mano derecha del organista y cómo esto no era ningún obstáculo para que tocara perfectamente todas las composiciones. Por cierto, en aquel tiempo Francisco Javier Jiménez aún no había finalizado sus estudios Superiores de Órgano, requisito inexcusable que cuando se presentó al concurso de méritos ya sí había concluido con éxito.

Lo maravilloso de Javier no es que «toca a pesar de», sino que, simplemente, toca como lo pueda hacer otra persona con «una perfecta morfología normal y simétrica en ambas manos». No hablemos de discapacidad ni nada parecido, puesto que, en este caso, no tiene cabida alguna.

Ojalá que, por casualidad, yo me llamara Antonio de Cabezón, Pablo Bruna, Pablo Nassarre o, mejor aún, Samuel Rubio y pudiera investirme de su autoridad y llevar a mi favor la confusión. Desgraciadamente me llamo Fernando Javier Carmona Arana.
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