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Sobre líderes, lideresas y versos sueltos

22/11/2021
 Actualizado a 22/11/2021
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Por supuesto que los liderazgos no son nuevos en política, pero me sorprende el exceso de individualismo de estos tiempos que corren. Comprendo que hay que tener una cabeza de cartel, como suele decirse, lo que ya denota un poco esta sociedad del espectáculo en la que nos encontramos: ‘cabeza de cartel’, una expresión más propia del teatro. La cosa no queda ahí: está todo el universo mediático, el fulgor de las pantallas y, ay, las redes sociales. Quizás todo esto explique la necesidad de un líder, de una líder (o lideresa).

Lo que sucede es que, en general, existe la percepción de que los liderazgos se han devaluado. No soy de los que creen que cualquier tiempo pasado fue mejor (hasta ahora, casi siempre fue peor), pero escucho esas voces y esos ecos que aseguran que falta nivel en la representación política contemporánea (una afirmación que, seguro, conlleva algunas injusticias). Estamos ante las generaciones más preparadas de la historia, nos repiten una y otra vez, pero cada vez con más frecuencia asistimos a esta especie de elogio de la simplificación, de lo naif, también de lo pueril, de lo que ya hemos hablado aquí otras veces. Y como los políticos nos representan a nosotros, es muy probable que sea un mal que atañe a toda la sociedad.

Por lo que sea, la modernidad no termina de instalarse. Salvo que la modernidad sea esto: un aumento progresivo de lo individual, un festival de egos, y una búsqueda consciente de lo básico, de lo simple, frente a lo complejo, quizás porque la política se mueve en el territorio del impacto mediático, y necesita mensajes claros, nítidos, breves y, a poder ser, muy diferenciados de la competencia. Es decir, mensajes publicitarios.

Al parecer, los ‘spin doctors’, los que saben de la propaganda en los partidos, han decidido que la gente no está para cosas elaboradas, lo que implica, bien mirado, un bajo concepto de todos nosotros. Esta forma de ver la política ha llevado a un empobrecimiento dialéctico y a un aumento de las tensiones, utilizando la confrontación sistemática, la ausencia, en realidad, de verdadero debate, como un arma mediática semejante a la que vemos en algunos platós. No importa tanto lo que dices, sino decir lo contrario. Y, si es posible, expresarlo con vehemencia, eso como mínimo.

Las redes sociales, omnipresentes, no dejan de proyectar esa misma técnica una y otra vez, basada en la mirada individualista, maniquea e intransigente, en la creencia de que lo elemental, lo esencial, debe ser defendido a capa y espada frente a lo transversal y lo elaborado, pues hoy no se admite la sombra de la duda, tan humana como Shakespeare diría, ni mucho menos el tono moderado, que se ve de inmediato como síntoma de una gran debilidad.

Esta sociedad tan individualizada, en la que tanta gente cree tener la razón, se ve reflejada ahora en la política. Se han desarrollado liderazgos basados en la simpleza (y no volveremos otra vez sobre Trump, pero es un buen ejemplo), se ha denostado la inteligencia como una virtud, se ha potenciado incluso la ignorancia, con el ataque sistemático a todo lo intelectual, y cada vez más, con extraña alegría, se deja de lado la razón y el pensamiento crítico, que desde luego exigen cierto conocimiento, en favor de las emociones. La política emocional sigue ganando terreno, yo diría que peligrosamente, porque tiene tendencia a la doctrina fácil y a establecer dogmas.

No pasa un día sin que asistamos a enfrentamientos de egos más o menos disimulados, y, por supuesto, a una intensificación de todos los desacuerdos. La voz propia que las redes permiten contribuye a eso, pero también la omnipresencia de las pantallas, en las que es necesario aparecer haciendo cierto ruido, si quieres que te hagan caso. Hay demasiado bullicio, y por eso hay que hablar más alto que los contrincantes para no ser engullido por el gran ruido contemporáneo. La cultura del espectáculo tiene estas cosas.

Creo que la idea del liderazgo político depende hoy demasiado de las técnicas de impacto mediático, lo que implica a menudo un individualismo excesivo. Lo que lleva, también, a luchas de poder y guerras intestinas.

En esta segunda parte de la legislatura ya se atisban importantes movimientos, y algunos de ellos tienen las características descritas. Tanto la izquierda como la derecha empiezan a experimentar transformaciones, a la luz de las prospecciones electorales (Tezanos incluido) y de la intuición de los asesores. La fragmentación, creciente en todas partes, aviva la lucha partidista, y también en el seno de cada partido. Nunca se sabe hasta qué punto se puede estar cerca de las decisiones importantes, aunque se tenga un solo diputado.

Algunos analistas hablan del nuevo poder femenino emergente, también en ambos espectros del escenario político. Sánchez está atento a las reconfiguraciones de la izquierda, donde Yolanda Díaz no ha dejado de ganar terreno bajo la cúpula mediática. Necesaria para la coalición de gobierno, sin embargo, ha sido suficientemente hábil como para personalizar parte de la agenda social, al tiempo que se apresta a construir lo que algunos llaman un ‘frente amplio’, y que nadie sabe muy bien lo que es, aunque ella lo definió en Valencia, con calculado toque emocional, como “algo maravilloso”.

Hay muchas peculiaridades de ese liderazgo ‘in péctore’ de Díaz que resultan muy interesantes y que, por falta de espacio, no podemos desarrollar aquí. Sánchez ve en ella una ayuda (en otra futura coalición), pero también advierte el peligro creciente de su ascenso fulgurante, pues podría llevarse una porción de la izquierda nada desdeñable. Todo esto, sin ser aún candidata. Y quizás ahí reside parte de su éxito. Esa especie de independencia a la izquierda de la izquierda le da alas, quién lo duda, pues ocupa un amplio espacio, lleva las etiquetas justas y parece abierta un programa abierto y colaborador, más ajeno a la confrontación, aunque es verdad que ahí estuvo su momento de tensión con Nadia Calviño... ¿Es un verso suelto también frente a Podemos? ¿O mucho más que un verso?

Otra cosa, los versos sueltos que emergen a la derecha. ‘Mutatis mutandis’, Pero Isabel Díaz Ayuso representa igualmente un ascenso del poder femenino (este, dentro del partido, no en los aledaños) que empieza a merecer muchos análisis. Nadie puede negarle su curiosa capacidad para atraer el interés mediático. En las últimas horas, ha llegado ahí Cayetana, y su libro, que siempre pareció una figura a la espera. ¿Qué está, pues, en discusión? ¿Hasta dónde llegan los nuevos liderazgos en ciernes? Veremos.
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