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Sobre el desierto que avanza y otros asuntos feroces

08/08/2022
 Actualizado a 08/08/2022
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El mes tradicionalmente vacío, pero lleno de turistas, avanza. Las noticias de los informativos, quizás aquejadas del vértigo que se exige en estos tiempos, no hablan apenas de descanso ni de alegría, sino de los incendios forestales y de la ausencia de lluvia. Se están batiendo récords históricos, pero el negacionismo (lo hay de varios niveles) insiste en que no hay nada de lo que preocuparse. Pero lo cierto es que las cifras de destrucción de masa forestal en Castilla y León durante las últimas semanas están entre las peores de todo el país. Y también entre las peores desde que se tienen registros.

No es lo único: el descenso pluviométrico empeora con el paso de los años. De vez en cuando asistimos a episodios locales de lluvias desatadas (aunque en las últimas semanas, ni siquiera eso). Mario Picazo habla de las que podrían venir, poco aprovechables para el regadío, tardías, y, en cambio, dotadas de gran capacidad destructiva. Todos esos elementos tienen un respaldo científico innegable. Y lo peor de todo es que el alza de las temperaturas por encima de lo esperado y la ausencia de precipitaciones ha afectado, está afectando, a casi toda España. A gran parte de Europa. Y sí, a otras zonas del planeta. Parece obvio que la desertización sigue su curso.

Si las noticias domésticas no son muy positivas, qué decir de las globales. Ya hemos aprendido que no podemos separar unas de otras, en este mundo de vasos comunicantes. La situación se ha complicado extraordinariamente. La inestabilidad nos está arrastrando a un escenario de grave peligro de confrontación (nuclear o no), uno de los escenarios más peligrosos de la historia reciente.

Como el debate político local, todo se ha polarizado hasta el extremo, especialmente a través de la demagogia, la propaganda y la manipulación, la diseminación de falsedades (las redes sociales han empezado a sustituir peligrosamente al periodismo tradicional). No cabe duda de que hay quien espera beneficiarse de todo esto. Hemos asistido a una proyección de estas ideas peregrinas, por ejemplo, desde la Norteamérica trumpista, que culminó con el surrealista ataque al Capitolio. Pero Trump es sólo un ejemplo más de toda esa deriva, que se alimenta de la división de las sociedades. El estallido de las guerras culturales, el desarrollo de nuevos autoritarismos, moralismos o puritanismos, lo doctrinario y lo dogmático de esta época, en suma, son motivos también para la preocupación, y tienen orígenes diversos. Una vez más les recomiendo el libro de Ezra Klein, ‘Por qué estamos polarizados’, publicado el año pasado por Capitán Swing. Arroja bastante luz sobre esta aparente operación de elogio de la simpleza y desprestigio de lo intelectual.

El panorama actual nos muestra varias crisis superpuestas, como ya hemos comentado aquí en otras ocasiones. Se trata de una tormenta perfecta, según algunos. Al escenario bélico en suelo europeo, al aumento exponencial de la tensión (el viaje de Pelosi a Taiwán ha generado en las últimas horas una contundente respuesta desde China, sin duda previsible), se unen las consecuencias económicas, el gravísimo problema energético, la amenaza de las hambrunas por el bloqueo del transporte de cereales, las tensiones diplomáticas, el aumento del militarismo y del armamentismo, sin olvidar la infinidad de problemas que afectan a áreas concretas, como la reconfiguración de las influencias externas en África, o el cambio climático. ¿Alguien da más? Pero ya saben que todo es susceptible de empeorar si nos lo proponemos. Y se diría que todo está empeorando a gran velocidad.

Este panorama tan pesimista parece chocar con ese optimismo obligatorio que hoy nos demandan. Está bien creer en la solución de los problemas, por muchos que sean, pero conviene tener razones sólidas para ello. ¿Las hay? Este agosto que solía significar una completa desconexión en el calendario ya muestra, como el resto del año, el estrés de la vida contemporánea. Es posible que hayamos permitido que la política colonice en exceso nuestras vidas, que nos demande excesiva atención (hay mucho ruido y poca música). Yo sí creo, como ha dicho Yolanda Díaz, que la política tiene que ver con la búsqueda de la felicidad para los ciudadanos. Debería ser así: la felicidad es un derecho, o, al menos, debería ser el objetivo principal de la existencia. Pero, si no la felicidad, al menos permitamos a la gente vivir con cierta tranquilidad, sin que esté sometida a una tensión artificial, absurda, y lo que es peor, completamente inútil (salvo para los intereses de algunos).

Más allá de esta terrible coyuntura en la que nos encontramos, están los asuntos inherentes a nuestro territorio, que no muestran mejor cara. Es decir, al sindiós global se une la dificultad local. He leído con pasión un artículo de Simon Kuper, del ‘Financial Times’, que se ha popularizado en las últimas horas. Kuper es un afamado periodista que ha pasado el último año en España, en Madrid, y ha llegado a algunas conclusiones. Como sucedía con los viajeros que llegaron a este país en los siglos XVIII y XIX, a veces la mirada exterior nos permite ver lo que nosotros no vemos, o lo que no queremos ver. Y mejor si son miradas complejas, no banales ni demagógicas. La última entrega que ha publicado Kuper se titula ‘Dentro de 50 años, ¿seguirá viviendo alguien en el centro de España?’.

Por supuesto, el artículo nos interpela. Kuper dice muchas cosas buenas sobre España. Valora, sin duda, lo que se ha conseguido en las últimas décadas, aunque todo sea mejorable, y cita al respecto las opiniones de Javier Cercas. Dice que España puede alcanzar la más alta esperanza de vida del mundo en 2040. Hay síntomas de cambio, como en el empleo, también elogia las infraestructuras, aún recientes y modernas, pero asegura que la amenaza del clima puede acabar con todo. El turismo se irá hacia el norte, la «milenaria agricultura ibérica» podría simplemente desaparecer, señala. Cree que los regadíos limitados no son la solución. Kuper habla mucho de esta región. En una ocasión cita que el único signo de actividad humana es «un grupo de aerogeneradores distantes». Y subraya: «el gobierno parece haber decidido discretamente que la despoblación del interior es imparable». Y concluye: «la crisis que se avecina en España es el cambio climático. Partes de España están en su punto más seco en un milenio. La desertización ya afecta a una quinta parte del territorio español». Si tienen ocasión, no dejen de leerlo: hay que saber qué nos estamos jugando en este preciso instante.
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