30/10/2019
 Actualizado a 30/10/2019
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Observar lo pequeño, para comprender lo grande. Mirar en el agua clara de la superficie, para explicar el limo, el barro, las sortijas que se oxidan en el lecho del río. «Hallar la menuda diferencia que define el paso del tiempo y su eficacia». Consejos de poetas, para comprender la entidad de los cambios, ajustada al principio que estableció Protagoras: «El hombre es la medida de todas las cosas».

Más acá de la verdad objetiva –sin entrar en la cuestión de que exista algo así–, nuestra visión del entorno viene marcada por nuestra propia perspectiva, la de cada uno, que, de entrada, ya viene condicionada físicamente por los centímetros por encima del suelo a los que se sitúa nuestra mirada.

Al sentido de los grandes cambios y a sus consecuencias se puede acceder indagando en los cambios minúsculos. Cuando hace 28 años decidí dejar mi Benavides y venir a Madrid, cambié las campanas por sirenas. Crecí jugando en La Calleja, al lado de la torre de la iglesia y el tiempo de mi infancia es inseparable del sonido de las campanas, madres de las horas. En Madrid, mi habitación daba a la Avenida Séneca, por la que subían las ambulancias camino del hospital. Aquellas eternas noches de estudio y de pereza estarán para siempre asociadas al ulular alarmante y urgente de las sirenas.

Campanas por sirenas. Diminuto y expresivo cambio de un cambio mayor. Sirenas de ambulancias. También algunas más anaranjadas de camión de bomberos, cuando la tormenta se cebaba con cornisas y árboles enfermos. Sirenas, de algún modo, naturales, pues enfermedad y vendaval no son ajenos a la naturaleza.

Las pasadas semanas, sin embargo, fueron otras sirenas, su sonido estaba preñado de peligros, las que me hicieron echar el coche a un lado o levantarme del sofá para ver desde el balcón pasar furgones policiales. Un mal presentimiento. Madrid quedaba a cientos de kilómetros de los contenedores incendiados y de los cristales rotos, pero hasta aquí llegaba la onda de lo absurdo, el ruido del enfrentamiento. Añoré las campanas de mi pueblo. Ojalá no tengamos que sufrir otro tipo de estruendos. Las sirenas nos están avisando.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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