14/05/2017
 Actualizado a 10/09/2019
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Pienso que, si tuviera que escoger una calle del mundo, elegiría la Vía Apia en primavera. Caminar a media tarde desde la porta de San Sebastiano, bajo ese sol plácido que amortiguan los pinos que flanquean la regina viarum de los romanos, hacia la iglesia del Quo Vadis, las catacumbas de San Calisto, la tumba de Cecilia Metela o más allá, es el mejor regalo que el viajero se puede hacer a sí mismo: una emocionante lección de historia en la que confluyen la vida y la muerte con las hierbas verdes (¿qué son todas esas que no conozco junto a los helechos? ) que tapizan la ruina y los gatos (¡siempre los gatos en Roma!), y esas enormes losas de piedra basáltica que los pies de uno no olvidan jamás. Intento pensar en otros espacios sugerentes, enigmáticos o preciosos de los que está lleno el mundo. No hay papel bastante para la lista. Consciente de que dejar que afloren los recuerdos o dejar volar la imaginación es otra forma de viajar puedo cerrar los ojos y volver a ver Chichén Itzá desde la pirámide de Kukulkán. Abrigarme para ver la luna cualquier noche en Vegabaño. Soñarme feliz viendo cómo se pone el sol frente a Collado Jermoso. Nadar en las aguas azules del Egeo en Grecia. Sentir que el suelo arde bajo los pies recorriendo Saqqara. Tratar de comprender el mundo de aquellos que sembraron de menhires Carnac. También abotonarme el abrigo y colocarme bien la bufanda para detenerme frente a las Concepcionistas de la Rúa. Caminar respirando el frío cortante de mi tierra mientras una frágil luz ilumina la hermosura de la Iglesia de Mercado con su ábside de ajedrezado, esos deliciosos canecillos románicos y esa reja de hierro de tallos y roleos que tanto me gusta. Fundirme con mi ciudad pisando los guijarros de la plaza del Grano, aunque en los pies me molesten los tacones que nadie me mandó ponerme. Y comprobar que de pronto, sin que apenas me haya dado cuenta, se ha hecho de noche en la ciudad solitaria y como dormida. Muy dormida. Pienso que, si tuviera que escoger una plaza del mundo en invierno, elegiría la del Grano. Aunque tuviera que bajarme de los tacones que jamás me pongo para caminar por la Vía Apia.
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