Sin necesidad de retrovisor

01/11/2018
 Actualizado a 16/09/2019
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Tobby llegaba todos los días a la calleja diez segundos antes de que lo hiciera el autobús del transporte escolar en el que regresaban sus tres dueños, a partes iguales. Los sábados y domingos no aparecía.

Sin necesidad de reloj ni calendario.

Zar llegaba cada noche a la puerta del bar de Tomasón cuando éste empezaba a recoger las mesas, a subir las sillas, a barrer y justo a la hora que Navarrín se ponía el tabardo, la bufanda y el gorro para regresar a casa. Cada día la misma conversación, «hombre Zar, ya estás aquí, vamos». Y pueblo arriba caminaban juntos, al llegar el buen hombre le decía «coge la carne» y el Zar iba al hueco de la pared y la sacaba. Llevaba allí varias horas pero el perro jamás iba a cogerla antes de bajar a buscar a su dueño, antes de acompañarlo a casa.

Sin necesidad del manual de buenas costumbres.

Sola caminaba al lado de Noris el de la Casa del Humo. Mientras hablaban se le entrampaba entre las madreñas pero su viejo dueño jamás tropezó con él. Sola sabía colocarse.

Sin necesidad de GPS.

El perro de la foto ya se relame sabiendo que en los puestos del mercado hacia el que camina su dueña algo comprará que acabará en su boca, lo que más le guste. Lo sabe aunque no lo ve.

Sin necesidad de espejo retrovisor.
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