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Sin moverse y sin parar

05/04/2020
 Actualizado a 05/04/2020
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Se puede estar en un piso de pocos metros cuadrados y parar menos que cuando teníamos una ciudad entera para nosotros. Más allá de las rutinas deportivas que hagamos en medio del salón o de los pocos pasos que damos para ir del sofá a la cocina o al baño, el movimiento ya no es físico, sino que se produce en el más valioso órgano, junto con el corazón y los pulmones; el cerebro. No nos movemos, pero no paramos.

Durante esta semana he adelantado todo el trabajo que tenía que hacer para así poder dedicar el viernes a disfrutar de una maratón de la nueva temporada de ‘La casa de papel’. Pese a que me vi los ocho capítulos a lo largo de la tarde y parte de la noche, reconozco que no pude disfrutar de ellos tal y como me hubiera gustado. Perdí la cuenta de las veces que tuve que parar la serie para leer correos de la Universidad, discutir por el grupo de clase qué hacer con algunas asignaturas y, posteriormente, redactar ‘mails’ para profesores haciéndoles propuestas en nombre de todos con el fin de facilitarnos este final de curso.

Pese a las diferentes alternativas que surgieron entre mis compañeros y yo, la mayoría llegamos a la misma conclusión: no podemos mantener el ritmo normal en una situación completamente excepcional. No solo nuestra concentración se ve afectada por el confinamiento, sino que también se ha de tener en cuenta que, de una forma u otra, todos lidiamos con cuidados de niños y mayores, con enfermedades propias o de nuestros allegados, con la pérdida de estos últimos y con todo aquello que previamente lleváramos a nuestras espaldas.

Soy consciente de que en el ámbito educativo, al igual que ocurre en todos los sectores, nadie estaba preparado para una pandemia mundial. Si queremos seguir sin parar, aunque ya no nos movamos, hay que entender que no podemos continuar al mismo ritmo que teníamos anteriormente. Sí, se necesita comprensión, pero con ella no basta. Se requieren iniciativas y soluciones de forma casi inmediata; no podemos dejar que el tiempo fluya esperando que la respuesta a todas nuestras dudas caiga del cielo, mientras nuestras bocas se llenan con la palabra ‘incertidumbre’.
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